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Actualizado: 28 de julio de 2025
Doléos de las tristes afligidas Que quedan sin abrigo y compañìa; Tambien de las doncellas doloridas Que pierden á sus padres y alegrìa: De las madres, Señor, enternecidas, Que pierden
Llegó el momento de hacerse presbítero. Cuando apareció al fin un día en Peñascosa en traje de sacerdote, su presencia causó emoción profunda en el corazón de sus protectoras. Todas se consideraban madres de él, y por consiguiente, con derecho a llorar de alegría y a caer en sus brazos enternecidas. Por cierto que estos desahogos cariñosos dieron ocasión a algunos dimes y diretes entre ellas.
El entusiasmo les hacía feroces; creían que era el mismo gobierno lo que quemaban al son de la Marsellesa, y los industriales soñaban despiertos en la rebaja de la contribución; los de las blusas blancas en la supresión de los Consumos y el impuesto sobre el vino, y las mujeres, enternecidas y casi llorosas, en que acabarían para siempre las quintas.
Las mamás, que hasta entonces se habían saludado con ceremonia, recordaban enternecidas a las amigas comunes que vivían en París y creían vagamente haberse visto en un té del Hotel Ritz o en una recepción-tango en los Campos Elíseos. Una matrona imponente detenía a Conchita con súbita amabilidad. ¿Y usted no se disfraza, hija mía?...
Palabra del Dia
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