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Actualizado: 1 de junio de 2025
Bermúdez sostuvo la mirada de la ilustre dama y olvidó por un momento los cincuenta años de la Marquesa. Suspiró... y en seguida se le subió la champaña a las narices, tosió, se puso casi negro, medio asfixiado y la Marquesa tuvo que darle palmadas en la espalda.
Bobadas... En fin, señora marquesa, Wellesley me ha prometido que la muchacha volverá, pero hay que dejar en paz a lord Gray... Señora marquesa, me llama mucho la atención este extraño caso. Soy experto en ciertos asuntos, y creo que en el lance de que nos ocupamos juega alguna persona que no es lord Gray. ¿Lo cree usted? Yo opino que Inés se ha marchado sola. Pues yo creo que no.
Ya las nubes de la tristeza se rasgaban y difundían hasta transparentarse en aquella mansión, poco antes de lágrimas y sobresaltos, cuando la marquesa, que se había quedado en la cama aquel día para restaurar un poco las fuerzas de su trastornada máquina, puestas en los límites de la extenuación con los recientes sustos y el anterior ajetreo de su larga peregrinación, sintió de pronto tales espasmos, convulsiones y desfallecimientos, que pensó que su vida terminaba en aquel trance, y lo mismo pensaron su atribulada hija y las gentes que con ella acudieron a socorrerla.
El general Patiño, fatigado de enviar mortíferos proyectiles a la esposa de Calderón sin que la plaza se diese siquiera por enterada, había levantado el cerco para sitiar a la marquesa de Ujo, que a las primeras granadas había capitulado abriendo las puertas al enemigo.
Pero Ángel, el autor de aquella novela nonata, en la cual se hilaba tan delgado a propósito de las hijas buenas de madres malas, resultaba, a última hora, pedazo de las entrañas de aquel espectro que parecía no tenerlas para las madres pecadoras, y que la marquesa no podía olvidar, con no haberle visto más que una vez; y con este resultando y aquellas dudas novelescas del mozo, ya el asunto cambiaba de aspecto y de marcha, y hasta cabía pensar en que descarrilara, si el diablo se metía por medio con una de las suyas.
Algunas señoras por el estilo andaban por allí de vez en cuando, y, más de tarde en tarde, dos, como de la edad de la marquesa, jamonas tan de buen ver todavía como ella. La una era rubia, condesa viuda de Camposeco; pero la marquesa siempre la llamaba por su nombre de pila: Sagrario. Gastaba muy buen humor, y solía decirle cuchufletas; lo mismo que a los demás.
Con esto, dio media vuelta la marquesa y no pareció su padre en mucho tiempo por aquella casa. Y así fueron corriendo los años, y llegó Verónica a contar diez bien cumplidos.
Di que me repugna en tus labios, y estarás en lo justo. Pero, al fin, siempre será verdad, y conviene que la reconozcas de vez en cuando. Y este fue el único tropiezo que halló la marquesa de Montálvez aquel verano en el ancho, florido y dilatado campo de sus travesuras y regocijos de buen tono.
A propósito de lo que dicen los extranjeros, ¿sabes, prima, que lord Londonderry ha escrito su Viaje a España, en el que dice que no hay más que una mujer bonita en Sevilla, y es la marquesa de A..., desfigurando, por supuesto, su nombre del modo más extraño? Tiene razón dijo la condesa ; Adela es lindísima.
El marqués le admiraba y se dormía en la confianza que tenía en él, y hasta la marquesa le distinguía con inusitados testimonios de su aprecio. Tanto, que cuando el administrador insinuó sus deseos de casarse con la doncella más mimadita de la casa, no solamente lo aplaudió aquella señora, sino que dotó rumbosamente a la novia y fue su madrina de casamiento.
Palabra del Dia
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