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Pero comenzó por entonces la marquesa a sentir muy certeros e incómodos anuncios de otro heredero, y esto la causaba grandes preocupaciones y molestias y «la quitaba el gusto para todo».

La marquesa de Cual, se fugó a Bruselas con el secretario de la embajada de Rusia. A esta señora le gustaban los toreros; a aquélla la habían sorprendido con el lacayo. La condesa de Tal se gloriaba de tener tres amantes a un tiempo.

Tenía igualmente derecho á «vivir su vida» al lado de un hombre que supiese embellecérsela con arreglo á sus altos merecimientos. Así fué soltando trozos de sus lecturas novelescas, y aunque la marquesa parecía tan enterada como él de tales argumentos, acabó por conmoverse y ablandarse bajo su elocuencia amorosa.

Trató de abrir la marquesa la puerta, mas con mano tan insegura lo hacía, que la llave tanteaba en el hierro sin acertar a introducirse. Al fin sonó el chasquido de la metálica lengua al recogerse. Empujada, cedió la puerta con lastimero sollozo de herrumbres, y mostró el ámbito negro, del cual salía un aliento de humedad estacionada, que se nutre de las tinieblas, de la quietud, de la soledad.

Quintanar tenía los ojos inflamados y las mejillas encendidas.... Sus confidencias le habían rejuvenecido.... ¿Pero qué hora es, hija mía? Muy tarde.... Ya sabes que en la aldea nos recogemos temprano. Los Marqueses ya están recogidos. Ahora mismo acaba de llamar la Marquesa a Edelmira, que duerme en su cuarto. Bobadas de mamá dijo Paco del mal humor apareciendo por un extremo de la galería.

Pero si va usted a coger una pulmonía.... Múdese usted.... Ahí habrá ropa.... No hubo modo de convencerle. Despídame usted de la Marquesa. En una carrera estoy en mi casa.... Y dejó el Vivero, no tan a escape como él hubiera querido, sino a un trote falso que poco a poco se fue convirtiendo en un paso menos que regular.

D. Laureano no estaba con ellos sino mientras le divertían. Pues si pasamos al sexo femenino, aquí que se dilataba desmesuradamente la esfera de sus conocimientos. Tan pronto se le veía asiduo galanteador de una marquesa averiada, como festejando a alguna hermosa horchatera.

Se la atribuían hasta perfidias de tan mala casta, que rayaban en crueldades. Serían o no serían ciertas: la marquesa cree que , porque tuvo grandes y especiales motivos para no dudarlo.

Falleció la piadosa D.ª Elvira Ana de Córdoba, marquesa de los Trujillos, dejando á la catedral un gran brasero de plata para que en la octava del Santísimo se pusiese con perfumes en la capilla mayor; y una lámpara dotada á Nuestra Señora de Villaviciosa.

Eres una manirrota la decía , como toda tu casta, y vas a dejar a tu hija en la miseria, después de quererla tanto, o te falta juicio, o te sobra amor. Elige. Me falta juicio respondió la marquesa. Pues recóbrale. Que me le devuelva quien me enseñó a perderle. No te canses en predicarme, porque por donde quiera que tomes el punto, estás desautorizado para ello.