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Y aun desde la almohada siguió dirigiendo a su hija, con sus grandes ojos vidriados, la misma fija y aterradora mirada. ¡Madre de mi alma! gritó la niña abrazándose inmediatamente a ella . ¡No me mires así, por Dios!... ¡Mamita mía, no me mires así! ¡Ay, no me mires así!... ¡Ay por Dios, que me das miedo!... ¡Mamita, mamita!... ¡Ay, Dios mío! ¿Qué es esto?

Pero el cuñado intervino, con su autoridad de grave consejero de la familia. Vamos, mamita, que la cosa no era para tanto. Una corrida como todas. Lo que convenía era dejar en paz a Juan, no quitarle la serenidad con éstos lloriqueos a la hora de ir a la plaza. Carmen fue más valerosa. No lloró; acompañó a su marido hasta la puerta; quería animarlo.

Bueno, señora; es decir: bueno, «mamita», dejémonos de llantos para los que no hay motivo y ya verán ustedes cómo dentro de poco vuelve Lorenzo hecho unas pascuas dijo Melchor sonriendo al dominar la intensa, la profunda emoción que sentía. ¡Dios lo oiga!

Aquello no podía ser de peor pata. ¿Era que deseaban su muerte?... Y la pobre mamita, aterrada por los tétricos pronósticos del torero y su vehemente enfado, intentaba sincerarse. ¿Cómo iba ella a pensar en eso? Era una pobre que necesitaba ganarse una peseta para los pequeños. Había que tener buen corazón y dar gracias a Dios porque se había acordado de ellos, librándolos de miserias iguales.

No, mamá respondió la niña apretándole las manos , no te apures, mamita, no... Te has de poner buena pronto y saldremos a dar nuestros paseos en carruaje como antes... Ahora el tiempo está bueno... , hermosa, ..., saldremos... Mira..., incorpórame... un poco... Estoy mal en esta postura.

Para librarse de ellas, las aconsejaba que se avistasen con la mamita. ¡Lo que ella dijese! Y seguía adelante, no deteniéndose hasta la calle de las Sierpes, saludando a unos y dejando a otros que gozasen el honor de marchar a su lado, en gloriosa intimidad, ante la mirada de los transeúntes.

Raquel, si llego a sospechar, por cualquier palabra de mamá, que le has contado algo, haré una locura peor. Oh, no me, conoces. Por mi vida, por la vida de mamita... No, no me supliques nada. ¡Casarte con Muñoz queriéndolo a Julio tanto!... Adorándolo, como no podrías formarte una idea.

El otro perdíase bajo un oleaje de arrugas concéntricas que parecían afluir a la cuenca negruzca y hundida. El señor Juan no contestó. Con nervioso impulso corrió a la cocina, llamando a la señora Angustias. Pero mamita, ¿quién es esa mujer, esa tuerta roía que está lavando er patio? ¡Quién ha de , hijo!... Una probe.

El es quien me ha obligao a ponerme esos gorros traíos de Madrí, con los que estoy muy mal, lo conozco, hecha una mona de las que bailan en los organillos. ¡Con tan rica que es la mantilla!... El también el que ha comprao ese carro del infierno, el otomóvil, en el que voy siempre con miedo y que huele a demonios. Si le dejásemos, hasta le pondría sombrero con rabos de gallo a la pobre mamita.

¡Y me oirá! ¡si yo estoy con Dios... así!... repuso sonriendo al cerrar la mano con un enérgico gesto, y agregó: ¡Bueno, adiós! que tenemos los minutos contados; adiós... «mamita», adiós, Sofía; adiós, Carmencita; ¡hasta pronto, señor! dirigiéndose al viejo Fraga que salía del escritorio guardando el pañuelo entre el chaleco y su cuerpo, acaso porque no encontraba el bolsillo de su saco...