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Actualizado: 11 de julio de 2025


Destrucción de los indios Chiquitos por los españoles y Mamalucos del Brasil I 67 Destruye el P. Lucas Caballero los tabernáculos y demás efectos que usaban los Jurucarés para el culto de sus dioses II 39 Dilatación del imperio de las Coronas de Castilla y Portugal en las Indias Occidentales I 20 Dioses á quienes rinden culto los indios Tapacurás I 269

Prólogo de la obra 13 Protesta del autor 15 CAP. I. Misiones de Chiquitos. Su principio, fundación y progresos. 17 CAP. II. Situación de la provincia de Chiquitos, costumbres y calidades de los naturales 43 CAP. III. Descubren los españoles la nación de los Chiquitos y destrúyenla, así ellos como los Mamalucos, de quienes se da una sucinta relación 67

Pero lo que causa admiración es que tengan tanto orgullo, siendo así que apenas cuentan trescientos ó cuatrocientos hombres de tomar armas, porque cada año procuran diezmarlos los Mamalucos, y muchas veces rompen también con los Guaycurús y se destruyen.

Alistáronse, pues, en pocas horas ciento y treinta soldados bien pertrechados de armas y municiones y lo principal de valor, y porque el tiempo no daba mucho lugar, marcharon á largas jornadas hacia el pueblo de San Francisco Xavier, donde recogiendo cerca de trescientos indios muy diestros en jugar el arco y flecha, fueron en busca de los enemigos á las tierras de los Penoquís creyendo que allí los hallarían acuartelados, cuando por medio de los espías supieron que habían entrado en el pueblo de San Francisco Xavier, que ellos habían desamparado y abandonado poco antes, en donde como los Mamalucos no hubiesen hallado nada que robar se disponían para ir á sorprender la ciudad de Santa Cruz.

Fué el caso que habiendo habido una pestecilla en dicho pueblo el año de 1722, se huyeron de miedo por Agosto de aquel año dos parcialidades de gente nueva, no de los Chiquitos, la una no había vuelto tan presto, la otra se encontró con una nación de infieles, á quienes persuadieron se hiciesen cristianos, lo que lograron felizmente, pues luego se redujeron muchos, y volvieron con los fugitivos al pueblo las ochenta familias ya dichas, en que había trescientas almas, y entre ellas un indio, que hecho cautivo por unos Mamalucos que capitaneaba Hernando de Armenta, portugués, se escapó de entre ellos, después de quince años de cautiverio, y vino muy contento.

Los delincuentes, viendo que no se podían escapar de la furia de aquel valeroso cacique, llamaron en su favor á los Guaycurús; pero con todo eso los acometió Quatí con grande valor, y á la primera embestida mató á no pocos de los cómplices; los otros, no pudiendo resistirle, se entraron huyendo por las selvas, y por mucho tiempo no osaron salir de ellas; por lo cual todos los días este cacique daba en rostro á los menos malos con tan enorme delito, diciéndoles que ¿á qué fin habían quitado la vida á los Padres que tanto bien les hacían y los querían tanto? que se fuesen á los Mamalucos y viesen si ellos los trataban mejor.

Hallada tan buena coyuntura, se les habló con toda eficacia del bien de sus almas y cuánto interesaban en que nosotros los tomásemos á nuestro cargo, pues fuera de conseguir la salvación eterna y vivir como hombres é hijos de Dios, pasarían una vida quieta y libre de todo peligro, obligándose todos los pueblos de los Guaranís á defenderlos de los Mamalucos y Guyacurús, que cada año tanto les molestan.

Por causa de las revoluciones pasadas y por lo que en adelante se podía temer, se mudó la Reducción de San Francisco Xavier desde el río de San Miguel á una llanura llamada Pari, ocho leguas distante de Santa Cruz de la Sierra, donde también se repararon algunos Piñocas y Xamarós que escaparon de las manos de los Mamalucos, con que se fabricó una Reducción bien numerosa.

A éstos están confinantes los Zibacas, que hasta ahora no han sido jamás acometidos ni robados de los Mamalucos, que han destruído y asolado lo restante del país que se extiende hacia el río Paraguay.

Cogían, pues, y cogen al presente su breviario debajo del brazo, y con una cruz en la mano se ponían y ponen en camino sin otra prevención ó mataloje que la esperanza en la Providencia Divina, porque allí no había otra cosa; llevan en su compañía veinte y cinco ó treinta cristianos nuevos que á los Padres servían y sirven de guías é intérpretes, y con los paisanos hacían oficio de Predicadores y Apóstoles y caminan ya las treinta, ya las cuarenta leguas, siempre con una hacha en la mano para desmontar y abrir camino por la espesura de los bosques; otras veces encontraban lagunas y pantanos que pasaban á pie con el agua á la boca, y para dar ánimos á los neófitos eran los primeros en vadear los ríos ó en arrojarse por los despeñaderos más difíciles, ó en entrar en las grutas y cuevas con sobresalto y susto de estar allí escondidas las fieras ú hombres; y después de tantas fatigas y trabajos no hallaban á la noche para repararse otro regalo que algunas raíces silvestres con qué romper el ayuno, y algunos días no tenían con qué apagar la sed, sino un poco de rocío que quedaba entre las hojas de los árboles, y por cama la tierra dura, sin otro reparo contra los rigores de la noche, que la sombra de un árbol ó una estera sostenida de cuatro palos; y últimamente en continuo temor y riesgo de la vida, porque los bárbaros, asombrados con el temor, juzgaban que eran sus enemigos los Mamalucos del Brasil, vestidos de Jesuitas y por eso están siempre con la macana en la mano ó con las flechas á punto, ó si no en emboscadas para quitarles la vida sin que los defiendan los neófitos.

Palabra del Dia

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