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Actualizado: 12 de octubre de 2025
En la cañada retozaban hermosos toretes, cuya lustrosa piel y buen estado de carnes, bien claramente demostraban la abundancia de agua y de pasto. Un sostenido galope nos alejó de aquel espacioso trozo de camino, haciéndose la marcha embarazosa por los pedregales y resbaladizas pendientes que íbamos encontrando.
Las miradas de los asistentes se fijaban con pasmo en el pecho del cacique, donde aquel día brillaba por vez primera la placa de oro, diamantes y rubíes y lustrosa banda de una gran cruz que el Gobierno acababa de concederle en premio de sus eminentes servicios.
Aquel lenguaje periodístico tan animado y fogoso, aquellos tan nobles pensamientos, el entusiasmo por los intereses de Sarrió, la franqueza y la modestia que en él resplandecían, llenó de júbilo los corazones y les hizo presentir una era de prosperidad y bienandanza. Por la noche, la orquesta, dirigida por el señor Anselmo con su gran llave lustrosa, dió serenata a la redacción.
Mas el pianista, respetuoso de los privilegios que merece el genio, se excusó modestamente y pidió perdón con la mirada y la sonrisa á su rival el griego. Era un hombre obeso, casi cuadrado, de tez morena y lustrosa, bigote negro y unos ojos algo oblicuos, de fijeza agresiva, que recordaban los del jabalí.
A su derecha é izquierda sus hijos: luego los wazires; luego los gentiles-hombres, los hijos de los wazires, los libertos del califa, y los wakiles ú oficiales de su servidumbre. El patio del alcázar está cubierto de ricas alfombras y vistosos guadamecíes; velas, doseles y cortinages de lustrosa seda sombrean las puertas y arcadas reflejando en ellas los vivos colores de sus pájaros y ramajes.
El anciano cura vestía unos calzones anchos de pana, remendados, como los que gastan los paisanos por aquella tierra; traía en los pies almadreñas con escarpines de paño burdo, chaqueta lustrosa por el uso, y camisa de lienzo hilado por el ama, sin alzacuello ni cosa que lo valga. Era el traje de un labrador, sin quitar ni poner nada.
Había traído de su larga temporada en Niza una tez pálida y lustrosa, una tez de monja en clausura; pero ya estaba obscuro como los demás, con la cara bronceada y curtida por el aire del mar y el sol africano de la isla. Vivía en la montaña, en una casucha inmediata a los bosques de pinos, cerca de los carboneros que proporcionaban combustible a su fragua. Esta no se encendía todos los días.
La convicción profunda que Almudena mostraba hizo efecto en la infeliz mujer, quien, después de una pausa en que interrogaba los ojos muertos de su amigo y su frente amarilla lustrosa, rodeada de negros cabellos, saltó diciendo: «¿Y qué se hace para llamarlo? Yo diciendo ti. ¿Y no me pasa nada por hacerlo? Naida. ¿No me condeno, ni me pongo mala, ni me cogen los demonios? No.
Entramos en el primer salon del establecimiento y nos sentamos cerca de una mesa de mármol, limpia y lustrosa, sin manteles ni servilletas. En la targeta que nos dieron á la entrada, están notados todos los artículos disponibles en el establecimiento, con el precio de cada uno al márgen. La servilleta es el primero de aquellos artículos, y cuesta un sueldo por cada comida.
Palabra del Dia
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