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Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atención, y oía a Febrer que le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos, con mujeres que ostentaban las últimas modas, de escalinatas de teatros por donde descendían cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos, esforzándose él por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha, por halagarla con estas descripciones de gloria femenil.

Preguntando a uno de los directores del establecimiento cómo se explicaba que el bajo pueblo no hiciese irrupción y se instalase a almorzar, comer y cenar diariamente y de balde, me contestó que M. Hoffmann conocía mucho el corazón humano, que sabía que en los centros lujosos y brillantes sólo se encuentra cómoda la gente de las clases elevadas, aquella que, si pellizcaba, un sandwich, se cree moralmente obligada a tomarse tres cocktails, sacrificio a que se resigna con bastante facilidad.

Lo único que produce un efecto verdaderamente teatral, es el anfiteatro, circuido de graciosas barras doradas, con lujosos asientos accesibles á la mirada de los espectadores. Esto no es decir que el teatro de la Grande Opera no sea un magnífico coliseo, tanto por su extension, como por sus trabajos de pintura, escultura, dorado, y por su excelente y bien servida escena.

Eran las de López las que llamaban; unas «perchas », según Amparito, a las que caían rematadamente mal los vestidos lujosos y recargados con que las obsequiaba el papá a cada operación afortunada en la Bolsa. ¿Ya se han arreglado ustedes? añadió una de ellas, sonriendo de un modo que picó la susceptibilidad de Amparito.

Y alguna, quizás, de esas preciosas mujeres que como en un relámpago pasaban en sus coches lujosos, deslumbrando mi vista, estaba destinada a apartarse conmigo, allá, a una casita lejana, en cuyo umbral modesto irían a morir sin rumores las olas tempestuosas que me azotaran en las horas de lucha.

Téngase en cuenta, que, cuanto expondremos en breve, se refiere á los teatros de la Cruz y del Príncipe, y sólo mediatamente á los demás, nunca á los edificios lujosos y ricos de la corte de Felipe IV, destinados á las representaciones dramáticas, de las cuales hablaremos después .

Ocupaba la sociedad una gran casa, de suelo a cielo, en una gran calle de lo mejor entre lo más caro de la villa y corte; y en la gran casa había grandes cocinas, grandes cuadras y grandes cocheras, con muchos y muy lujosos carruajes, abajo; y grandes salones de conversación, de juegos lícitos y de lectura; grandes salas para otros usos, hasta sala de esgrima, y grandes comedores y cuartos de tocador y gabinetes para vestirse, para escribir y para jugar a lo que no debía verse, arriba; y lo de arriba y lo de abajo, y lo de acá y lo de acullá, con todo el lustre de decorado y servidumbre que la institución y sus destinos requerían.

Los bordados, las cestas de costura, rellenas de fastidiosas telas blancas de indiana y cotonía, pertenecían a Presentación; los libros, el altar con todo lo que en él había de místico e infantil, eran de Asunción; y los lujosos trajes y adornos eran de Inés, que los había bajado para que los viesen sus primas.

Allí mejor que en los lujosos templos del paganismo, manchados con los mas vergonzosos é impuros misterios, hallaba cómoda acogida la muchedumbre cristiana; no en los lóbregos aunque magníficos receptáculos de los antiguos dioses, donde, segun la feliz espresion de un escritor moderno, podia desaparecer el ídolo con el humo de un solo grano de incienso.

Las calles, los tramways, los teatros, las tiendas y almacenes lujosos, las jugueterías, las joyerías, las, iglesias, no era extraño que me arrastraran hacia ellas con fuerza invencible y que no tuviera ojos ni oídos para observarlas y asombrarme: era que todo me llamaba, todo me atraía.