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Tal vez, entre tantos, habría algunos que se acordaban de sus madres... o de cierta linda muchacha de su país, Gretchen o Lotchen , que les había dado una cinta al partir mientras lloraban a lágrima viva: «¡Te esperaré, Kasper; sólo contigo me he de casar!» «¡, ; mucho tiempo has de esperarLa señora Lefèvre, viendo aquel cuadro de dolor, pensaba en Gaspar.

La pequeña orquesta pareció adquirir mayor sonoridad al quedar vacíos los salones: los instrumentos de cuerda lloraban como si anunciasen una desgracia en la melancolía azul de la tarde. En torno de las mesas languidecían las conversaciones. Muchos cerraban los ojos como si les preocupasen tristes recuerdos.

Los chicos de abajo lloraban mucho porque no tenían nacimiento... y les he dado la mitad. ¿No me están diciendo a todas horas y en todas las lecciones que todos somos hijos de Dios, y que Dios da a los ricos para que den a los pobres? Pues ya está hecho... aunque no me compres más.

Además, las dos jóvenes lloraban que era un desconsuelo. Sucedióle á Montiño lo que á muchos que se creen invencibles antes del combate: huyó á la vista del enemigo. Y huyó, literalmente hablando. Luisa, al verle huir, sintió una especie de perverso consuelo. Había adivinado algo aterrador en Montiño. Se había visto descubierta. Había temblado. Pero al huir Montiño se tranquilizó.

No les quedaba otra cosa que los fardos que estaban en el suelo, la ropa usada, las herramientas: lo único que les habían permitido sacar de su casa. Y las palabras eran entrecortadas por los sollozos, y volvían á abrazarse el padre y las hijas, y Pepeta, la dueña de la barraca, y otras mujeres lloraban y repetían las maldiciones contra el viejo avaro, hasta que Pimentó intervino oportunamente.

Se sacó la caja y se la colocó en el coche que habían mandado de San Juan del Pie del Puerto. Todos los labradores de los caseríos propiedad de los Ohandos estaban allí; habían venido de Urbia a pie para asistir al entierro. Y presidieron el duelo Briones, vestido de uniforme, Bautista Urbide y Capistun el americano. Y las mujeres lloraban.

Andronico apretado de la persuasion del hijo, y de sus privados, que continuamente con quejas y sentimientos lloraban la miseria de los Griegos en tanto deshonor suyo, mostró luego contra los Catalanes el efecto de su pláticas, respondiendo á Roger, y á Berenguer que le pedian dinero para la guerra, que no les queria pagar hasta que hubiesen pasado á la Asia, y diesen principio á la guerra; lenguaje nunca antes usado de Andronico, que hasta entonces fué más largo en hacerles merced, y darles dinero, que solícitos ellos en pedirle.

El desfile lúgubre parecía marchar contra la corriente de la Naturaleza, perdiendo a cada paso su fúnebre gravedad. En vano gemían las trompetas lamentos de muerte, y lloraban los cantores al entonar sagradas coplas, y marcaban el paso con ceño de verdugos los espantables sayones. La noche primaveral reía, esparciendo su respiración de perfumes. Nadie podía acordarse de la muerte.

Estos múltiples deseos, que se encerraban en uno solo, fueron expresados atropelladamente y con turbación por la muchacha, que era más que medianamente bonita, no por cierto muy bien vestida ni con gran esmero calzada. Temblaba al hacer sus preguntas y ponía extraordinario ardor en la expresión de su deseo. Sus ojos expresivos habían llorado, y aún lloraban algo todavía.