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Actualizado: 15 de mayo de 2025


El tren acababa de entrar en la estación del Bragado, y de entre la concurrencia bastante numerosa que ocupaba el andén había salido este grito: ¡Señor Melchor Astul! El llamamiento se repitió hasta que, parado el convoy, descendieron los tres amigos, y Melchor, impresionado y nervioso, abriéndose paso por entre la concurrencia, respondía a los llamamientos gritando: ¡Aquí!... ¡Aquí!...

Mientras no cesase la inmigración, cortándose la corriente continua de hombres, mientras no se estancara la población obrera de las Encartaciones, era difícil que el trabajo conquistase todos sus derechos. Aresti, con el deseo de no sufrir nuevos retrasos, redobló el paso al entrar en Labarga, caminando con la cabeza baja para no oír los llamamientos de las mujeres. Un hombre se le puso delante.

El mástil de trinquete y la proa eran débiles sombras, siluetas borrosas, pálidos dibujos sobre un fondo gris. Muchos pasajeros, especialmente las mujeres, mostraban inquietud. Excitaban sus nervios los rugidos de la chimenea, que parecían llamamientos de socorro. Irritábales no poder ver, marchar a ciegas por unos parajes de frecuente navegación.

¡Antonio!... ¡Antonio! Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como si durmiese; pero Antonio no escuchaba. Uno de sus ojos permanecía oculto en la tierra del paseo; una piedrecita había saltado sobre los párpados del otro. Todo un lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz ronquido era lo único que respondía á los cariñosos llamamientos.

Unas veces permanecía firme en el corredor, como el que espera á los domésticos, fatigado por inútiles llamamientos. Otras veces le sorprendían con la cabeza asomada á la puerta entreabierta, retirándola precipitadamente. Un viejo conde italiano le dirigió al pasar una sonrisa de inteligencia y compañerismo... ¡Estaba en el secreto! Aguardaba, indudablemente, á una de las doncellas del hotel.

Cada vez que huían sus ojos del papel, encontraban una sombra en la ventana. Era Nélida que se aproximaba con su sonrisa audaz, sin miedo a la curiosidad de las gentes. Tosía para indicar su impaciencia; movía los labios, adivinándose en ellos las mudas palabras de admirativa pasión: «¡Dueño mío... viejo... mi negro!». Inútiles estos llamamientos.

La negra cola de la serpiente acababa de deslizarse y desaparecer entre dos baldosas. La doctora, que había huído gradas abajo ante esta aparición, obligó á descender á Freya con sus repetidos llamamientos. El gesto agresivo del capitán despertó en su acompañante un nervioso rencor. Creía conocer á este reptil.

Una mañana sintióse gran ruido de voces, patadas, choque de armas, roce de vestidos, llamamientos y relinchos, como si un numeroso ejército se levantara y vistiese á toda prisa, apercibiéndose para una tremenda batalla.

Te los has metió en er borsiyo dijo el Nacional, que estaba con el capote preparado cerca del toro. La muchedumbre manoteaba llamando al torero. «¡Aquí, aquíCada uno quería que matase al toro frente a su tendido, para no perder ni un detalle, y el espada vacilaba entre los llamamientos contradictorios de miles de bocas.

Ella apeló entonces a las lágrimas, último recurso femenil; y Fernando, para distraerla, comenzó a ensalzar la belleza del paisaje. Interrumpía sus desesperadas reflexiones con llamamientos para que fijase los ojos en la tupida arboleda y la maravillosa vista de la bahía. El remedio fue eficaz. ¡No me quieres, me has engañado! gemía Nélida . Me dejas ir al encuentro de mi hermano.

Palabra del Dia

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