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Actualizado: 5 de junio de 2025


¿No hay médico aquí? murmuró. Aquí no, ni en diez leguas a la redonda; pero buscaremos. Esa tarde llegó el correo cuando estaban solos en el comedor, y Nébel abrió una carta. ¿Noticias? preguntó Lidia levantando inquieta los ojos a él. repuso Nébel, prosiguiendo la lectura. ¿Del médico? volvió Lidia al rato, más ansiosa aún. No, de mi mujer repuso él con la voz dura, sin levantar los ojos.

Matar más de cien toros por año, con los peligros y esfuerzos de la lidia, no le fatigaba tanto como el viaje durante varios meses de una plaza a otra de España. Eran excursiones en pleno verano, bajo un sol abrumador, por llanuras abrasadas y en antiguos vagones cuyo techo parecía arder. El botijo de agua de la cuadrilla, lleno en todas las estaciones, no bastaba a apagar la sed.

Además, los trenes iban atestados de viajeros, gentes que acudían a las ferias de las ciudades para presenciar las corridas. Muchas veces, Gallardo, por miedo a perder el tren, mataba su último toro en una plaza, y vestido aún con el traje de lidia, corría a la estación, pasando como un meteoro de luces y colores entre los grupos de viajeros y los carretones de los equipajes.

La amenazadora expresión de su ceño, la prominencia de su frente abultada y aquel mirar hosco daban a su cabeza semejanza con la espantable testa del toro jarameño cuando aparece en el circo, y reconoce con su mirar de fuego el ansioso público, y parece que él mismo, antes de empezar la lidia, se espanta de la barbarie que se prepara. La nariz de Nazaria se infló hasta no poder más.

Jamás asistieron a lidia de toros, ni después de las ocho de la noche se les encontró barriendo con los hábitos las aceras de la ciudad. ¡Vamos! ¡Cuando yo digo que sus reverencias eran unos benditos! Eran dos frailes de poco meollo, de ninguna enjundia, modestos y de austeras costumbres; como quien dice, dos frailes de misa y olla, y pare usted de contar.

El Zapaterín pasó una mañana encerrado en el cuarto, aprovechando la ausencia de su madre, que trabajaba aquel día como asistenta en casa de un canónigo. Con la ingeniosidad del náufrago que, entregado a sus iniciativas, tiene que fabricárselo todo en una isla desierta, cortó un capote de lidia en la tela húmeda y deshilachada.

Así es que en Grecia, el descubrimiento de un nuevo metro daba por resultado inmediato la invencion de una nueva música, y las escuelas musicales que conocemos con los nombres de dórica, lidia, frigia, jónica, y eólica, no estaban fundadas sino en la diversidad de metros, siendo los sonidos radicales exactamente los mismos.

Cuatro horas después Nébel abría sin ruido la puerta del cuarto de Lidia. ¡Quién es! sonó de pronto la voz azorada. Soy yo murmuró Nébel en voz apenas sensible. Un movimiento de ropas, como el de una persona que se sienta bruscamente en la cama, siguió a sus palabras, y el silencio reinó de nuevo.

Del mérito del romance encomiástico bastará a dar una idea este fragmento: Más que Rey, Cid de los montes fué por su arrojo tremendo, por fortunado en la lidia, por generoso y mañero; Roldan de tez africana, desafiador de mil riesgos, no le rindieron bravuras, sino a dides le rindieron. Por supuesto, que el poeta agotó la edición y pescó buenos cuartos.

Y Lidia... Al verla otra vez había sentido un brusco golpe de deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida. Ante el tratado comercial que le ofrecían, se echó en brazos de aquella rara conquista que le deparaba el destino. ¿No sabes, Lidia? prorrumpió alborozada, al volver su hija Octavio nos invita a pasar una temporada en su establecimiento. ¿Qué te parece?

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