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Actualizado: 18 de junio de 2025
Entonces vio a Magdalena que estaba contemplándoles, tan pálida como la rosa blanca que acababa de cortar en el jardín, y que con infantil coquetería lucía en los cabellos. Leoville corrió hacia ella y le preguntó en voz baja: ¿Qué te pasa, Magdalena? ¿Estás indispuesta? ¿Qué tienes? No me pasa nada, Amaury respondió la pobre niña.
Un criado anunció al conde de Leoville y al entrar éste el doctor se adelantó a recibirle sonriente; Amaury le estrechó la mano con timidez y Avrigny, le condujo ante Magdalena, que le miraba asombrada. Hija mía le dijo; te presento a Amaury de Leoville, tu prometido. Amaury añadió volviéndose hacia el joven, he aquí a Magdalena de Avrigny, tu futura esposa.
Lo más que puedes hacer es diferir por dos o tres días la confidencia que querías hacerme ahora. Necesito estar solo. ¡Es posible que no seas feliz tú, Amaury, con un apellido ilustre y una fortuna que nada tiene que envidiar a las primeras de Francia! ¡Se puede ser desgraciado siendo conde de Leoville y poseyendo cien mil francos de renta!
«Señor de Avrigny: »He cumplido veintitrés años, me llamo Amaury de Leoville y llevo, por lo tanto, uno de los apellidos más antiguos de Francia, venerado en los consejos e ilustre en los ejércitos. »A fuer de hijo único, heredé de mis padres una fortuna de tres millones de francos en bienes raíces, que me producen más de cien mil de renta.
Ni una leve ondulación había turbado la tranquila superficie del lago de aquel día, ni una sombra había venido a oscuraecer los perdurables recuerdos que debía dejar en su memoria. Leoville entró en su casa, casi asustado de tanta dicha, tratando vanamente de adivinar de dónde podría venir la primera nube capaz de empañar el cielo radiante de su felicidad.
No es posible equivocarse, tío, y usted está bien seguro de su amor... como también lo estoy yo. Avrigny no replicó porque su convicción era la misma de su sobrina. Se abrió de pronto la puerta del aposento y José, el ayuda de cámara del doctor, entró para anunciarle que el criado del conde Amaury de Leoville traía para él una carta de parte de su amo.
Cada vez que pienso en que mañana me he de separar de ti, Magdalena adorada, cada vez que pienso en que al volver a verte habrá un tercero ahí cuya presencia me prive de caer a tus pies, de estrecharte contra mi pecho, te juro que estoy tentado a abandonarlo todo por ti. Y al decir esto Leoville ceñía con su brazo el talle de Magdalena, que se dobló acercándose más a su novio.
»Amo a Magdalena, padre mío, y no podría vivir si usted o Dios me separase de ella. »Su adicto y agradecido pupilo »Amaury de Leoville.»
Cuando Amaury pasó junto al doctor, éste le dijo en voz baja: ¡Ten prudencia! Pierda usted cuidado repuso Leoville; daremos muy pocas vueltas. Y se lanzaron en medio del torbellino, perdiéndose muy pronto entre las otras parejas. Bailaban un vals de Weber cuyo compás, que al principio era lento y moderado, se animaba gradualmente hasta el final, en que terminaba de un modo vertiginoso.
¿Y por qué no le cita usted para esta misma noche? preguntó Antoñita, que por encima del hombro de su tío leía lo que éste iba escribiendo. Porque serían muchas emociones juntas, para mi pobre hija. Ahora irás a decirle que le he escrito ya y que crees que vendrá mañana por la mañana. Y haciendo entrar al ayuda de cámara de Leoville le entregó la respuesta.
Palabra del Dia
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