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Ya es tarde y tengo que hacer un montón de cosas... Mi querida madrina: cuando no lleve este uniforme me será muy difícil visitarla. Además, abandonaré raras veces mi puesto. Prométame que me escribirá, que me permitirá continuar por carta la obra de su rehabilitación... Leonie lleva a Cirilo hasta el recibimiento; apenas cerrada la puerta, aparece la sirvienta. LEONIE. ¿Qué quieres...?

LEONIE. ¡En la suya...! CIRILO. Yo le encontraré una colocación decente lejos de París. Allí, si usted lo desea, podrá aislarse del pasado y olvidar lo que ha sufrido. Se convertirá de nuevo en un ser libre. LEONIE. Todo eso es muy bonito, pero irrealizable. Si usted hubiera sido un ahijado como todos los demás, hubiéramos podido entendernos.

LEONIE. ¿No quiere usted hacer carrera en el ejército...? ¡Me parece mal...! Un hombre joven y bien formado, como usted, tiene un hermoso porvenir en la carrera militar. ¡Pero siéntese usted...! CIRILO. ¡Muchas gracias...! ¡Temería molestarla...! LEONIE. ¡Oh! No tengo nada que hacer hasta las ocho. Si usted quiere, saldremos juntos a recorrer París.

LEONIE. ¡De ningún modo...! Conozco a señoras respetables que principiaron como yo, pero que supieron administrarse y ahorraron dinero. Se casaron y entraron en el buen camino. CIRILO. No pierdo la esperanza de hacer que usted entre también en él; pero por medios más sencillos.

Es de una impersonalidad burguesa, que no permite adivinar el estado civil de la señora Boel ni el género de comercio a que se dedica. Debe de ser una mujer de negocios, una dama picapleitos. Al cabo de un cuarto de hora aparece la señora Leonie Marchesse.

Usted hubiese encontrado en una criada sumisa y pronta a embellecerle todos los minutos de la vida. Hay que renunciar a ello; vuelvo a caer en mi miseria... CIRILO. ¿Por qué no intenta usted siquiera un esfuerzo...? LEONIE. Le repito que no resulta práctico.

LEONIE. ¡Ah...! ¡Comprendido...! Eres como todos los compañeros... ¡No tienes fe...! CIRILO. ¡Al contrario...! ¡Tengo mucha...! Estaba de maestra de instrucción primaria en un pueblecillo del centro. Conocí al hijo del alcalde. ¡Tenía que suceder así! En un pueblecillo de provincias se aburre una.

LEONIE. ¡Indudablemente...! ¡Pero es preferible que sea bonita...! LEONIE. ¡Bah! ¡Ya ves que tengo aquí a mi ahijado...! Que mande a Carmen, o a Irma. LA SIRVIENTA. ¡Es que el general quiere que seas ...! LEONIE. ¡Pues contéstale que he salido y déjanos en paz...! Este breve coloquio sume a Cirilo en una estupefacción inquieta. La sirvienta sale. CIRILO. ¿Tiene usted mucho trabajo?

LA SIRVIENTA. ¡He leído algo de eso...! ¿No es un cura de antaño, que va a casa de una muchacha alegre para convertirla...? LEONIE. ¡Justo...! Pues bien, amiga mía; acaba de sucederme lo mismo... LA SIRVIENTA. Entonces... ¿te metes en un convento...? LEONIE. ¡Por ahora no! Voy a ver al general... ¡A escape...! ¡Mi sombrero...! Ama mucho a su próximo compañero de existencia.

LEONIE. ¡Tan joven y ya tienes una profesión...! CIRILO. ¡...! LEONIE. ¿Y a qué te dedicabas cuando eras paisano...? ¡Nada... nada...! ¡Tienes que contestarme...! Yo te he referido toda mi vida y debes ser también franco conmigo... De lo contrario, me imaginaré que tienes un oficio del que te avergüenzas... No es ésta precisamente la razón que me impide confesárselo a usted...