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Si es un hombre, tendrá que subir al banco de arena para llegar hasta nosotros, y se descubrirá, pues por aquí no hay agua. Es verdad... ¡Calle! ¡Otra zambullida! Y otra más lejana. ¿Estaremos rodeados? ¡Oh! gritó el marino ; ¡mirad allí! Cornelio miró en la dirección que le señalaba, y vió a flor de agua masas negruzcas que se acercaban lentamente al banco de arena.

Al oír aquella voz, Lacante abrió los ojos, la miró largamente, como si volviera de una región lejana y quisiera penetrarse del sentido de las palabras. Después, sus labios rígidos pronunciaron con lentitud: , quiero. Elena se volvió hacia . Ya lo ha oído usted... ¡Hágalo usted cristiano, Máximo! Yo contesté con toda sinceridad: No soy digno.

Al fin todo perdió su forma y su color; la altura de las ondas, abultada por la óptica, cubrió la lista lejana; la perspectiva se acabó, y en vez de la tierra no sino la faz movible y escarpada del océano.

No hay una de aquéllas que al acercarse a una novia no sienta vibrar en su pecho el eco de cierta música lejana y divina; viene a sus labios el gusto de la miel de la remota luna; pero llega ¡ay! con el dejo amarguillo de algunos años de prosa matrimonial. En toda mujer casada hay un poeta desengañado de su musa.

Isidro se fijó en los diversos aspectos de los comisionados: unos, bien vestidos, revelando en el empaque de sus personas la satisfacción de una fortuna recién conquistada; otros, más humildes, con el aspecto de obreros endomingados; pero todos rebosando un orgullo patriótico por esta visita, que les recordaba la tierra lejana y parecía aumentar su propia importancia en el país de adopción.

Pocas fechas corrían desde que la señora de Montauron se había reinstalado en París y en su hotel de la calle Varennes, ocupando el sobrino su antiguo elegante entresuelo del bulevar Malesherbes, mansión no lejana del palacete en que respiraba Mariana de La Treillade.

Por otra parte no estoy seguro de que hubiera comprendido en toda su intensidad e intención el valor de sus escritos y obras, en la primera juventud en que gustamos más de la frase que suena, de la cláusula armónica al oído, que de su contenido o sustancia. Y no es mía la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestro era un desconocido y seguirá siéndolo quién sabe por cuanto tiempo.

PANTOJA. No, no: yo iré... No me fío de nadie... Quiero vigilar todos los patios, todos los pasadizos y rincones del edificio. DOROTEA. ¿Qué?... Nada, señor... Es aprensión. PANTOJA. Creí sentir rumor de voces... golpes en alguna puerta lejana. DOROTEA. ¿Hacia qué parte? PANTOJA. Hacia la Enfermería. ¡Oh, no tengo tranquilidad! Se va presuroso, muy inquieto, por el foro derecha.

En ese momento todo iba perfectamente: María Teresa parecía haber consentido en demorar su casamiento hasta una fecha lejana e indecisa. Huberto, satisfecho de aquella vaga determinación, que lo alejaba del cumplimiento de su compromiso, se prometió no precipitarse.

Y así como se supone y casi se entrevé una tierra lejana cuando se va navegando a la aventura, así entreveía ella la contingencia de quererle con amor más firme, y de pasar a su lado toda la vida, llegando a no desear nunca otra mejor.