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Actualizado: 23 de julio de 2025


A la edad en que otros comienzan a ascender, ya él traía guirnaldas del Olimpo. En un mismo día, y en ocasiones en una misma hora, escribía un discurso, redactaba una carta, pergeñaba una revista, otorgaba una clase, leía un libro, hojeaba un folleto, traducía una fábula, hablaba de cosas fútiles con su familia y de cosas lisonjeras con sus amigos.

Te vas haciendo muy adulador. Yo no quiero que te rías de , ¿lo oyes? ¡Oh! yo no me río de nadie... pero mucho menos de ti... repuso él sin levantar los ojos del papel, con voz cada vez más baja y visiblemente conmovido. Venturita tenía siempre los ojos fijos en él con una expresión maliciosa, donde se leía claramente el triunfo del orgullo satisfecho.

Lázaro, para aprovechar la claridad que iba faltando por momentos, leía apoyado de espaldas en los hierros del balcón, y su figura se destacaba por negra sobre la amarillenta luz del crepúsculo.

El conde Enrique vivía en el castillo; acompañaba a su madre, y, pensador y estudioso, se iba haciendo gran sabio y leía mucho, porque en el castillo daba pábulo a su afición una copiosa y escogida biblioteca, fundada hacía siglos por sus antepasados y acrecentada de continuo.

Abalanzóse a ella Jacobo con grandes ansias, y sin mirar apenas el sobre, rasgólo en dos pedazos... Currita le devoraba con la vista, mas no pudo notar en su rostro señal de gozo ni satisfacción alguna; observó tan sólo una gran ansiedad mientras leía, y luego una honda preocupación que le duró toda la comida.

Cervantes, leído por Quevedo, ganaba; el chiste se hacía irresistible; la joven se reía con toda su alma. Se nos olvidaba decir que la joven tenía en la mano derecha, abandonada sobre la falda, un cuaderno de papel en que se veían escritos versos. A la cabeza de aquellos versos se leía: «Doña Estrella en la Estrella de Sevilla». Dorotea.

El piano, la mesa de dibujo, los periódicos que Gabriela leía y las plantas que ella cultivaba me hablaban de la joven, y a solas, en la sala, me complacía yo en recordar sus palabras, cerrar los ojos para fijar en mi mente la imagen de la niña.

Leía con deleite los Caracteres de La Bruyère; de los libros de Balmes sólo admiraba El Criterio y ¡quien se lo hubiera dicho al señor Carraspique! en las novelas, prohibidas tal vez, de autores contemporáneos, estudiaba costumbres, temperamentos, buscaba observaciones, comparando su experiencia con la ajena.

Esta reflexión era lo único que se leía en una página, y más lejos, todavía otra duda: «¿Será entonces presunción creer que se tiene razónDespués algunas frases de sentido obscuro. «De ningún modo, pero agrada esperar... »No es debilidad, no es sorpresa: he pensado detenidamente, la confianza me sonríe, veo la meta... »Ahora me faltan las palabras...»

Siempre que leía uno de mis artículos contra los enemigos de la candidatura del gobierno, celebraba con entusiasmo los insultos más atroces. ¡Qué pluma la suya, Maltranita!... ¿Cómo pagarle sus servicios á la buena causa? Muy fácilmente; yo no podía aspirar á una legación diplomática ni á un ministerio cuando triunfase nuestra candidatura; eso quedaba para los mejicanos.

Palabra del Dia

chapuzones

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