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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Cuando salió, dejando bien cerrada la barraca, vio a la luz de las estrellas, bajo la higuera, al fuerte vejete ocupado en ponerle el pistón al amigo. Le daría a Sènto la última lección, para que no errase el golpe. Apuntar bien a la boca del horno y tener calma. Cuando se inclinasen buscando el gato en el interior... ¡fuego! Era tan sencillo, que podía hacerlo un chico.
Le daban vergüenza aquel guante y aquel dedo minúsculo, tímido, desamparado; pero no tenía fuerza para levantar la mano. «¡Muy bien! ¡Muy bien! pensaba Krilov . Estoy muy contento. De buena gana huirías; ¡pero no, pequeña! Será una buena lección para ti. Esto te enseñará a ser más prudente. ¡La vida no es lo que tú te creías!» Se imaginó la vida de aquella muchacha.
Hasta los dieciocho años había sido imposible hacerle aprender nada, ni persuadirlo de que estudiara una sola lección; pero avergonzado una vez al hablarle en francés una mujer, una niña, creyéndole conocedor de esa lengua, había cambiado de vida de la noche a la mañana: durante dos, tres años, nadie volvió a verle: entregado al estudio con el mismo ímpetu que dedicaba a lo malo, había recuperado rápidamente el tiempo perdido.
La idea de la inmortalidad, de la eternidad, de lo infinito, parecía revelarse con mas elocuencia y energía en ese cielo sin horizonte, en esa superficie movible, inmensa, incansable, cuyas ondas remedan el flujo y reflujo de la humanidad entre la vida y la muerte, y la existencia de un espíritu universal que todo lo agita y no perece nunca.... ¡Y qué leccion!
Las industrias prosperarían con los capitales que se retraen; la agricultura, la ganadería también... Comprendí que el buen conde creía que el poeta Zorrilla y el revolucionario del mismo nombre eran una misma persona. Me apresuré a sacarle del error, tomando precauciones para que la lección no le molestase.
Desde el siguiente día comenzó Sarto a instruirme en mis regios deberes, a explicarme lo que tenía que saber y hacer, y la primera lección duró tres horas. Almorcé apresuradamente, con Sarto siempre frente a mí, diciéndome que el Rey bebía vino blanco en el almuerzo y que detestaba los platos picantes.
En esta estación continuó la anciana cantan los fieles: Si a llorar Cristo te enseña y no tomas la lección, o no tienes corazón o será de bronce o peña. Junto a la casa de mi madre dijo Dolores está la novena cruz, que es donde se canta: Considera cuán tirano serás con Jesús rendido, si en tres veces que ha caído no le das una la mano.
¿Por qué he de estar triste? ¡Como no trabajas! Descanso un poco. ¿Tú has estado corriendo?... ¡Estás roja como una amapola! No, papá, vengo de dar mi lección de piano con mamá. ¿Es buena contigo tu mamá? Muy buena. ¿Tú la quieres mucho? Mucho... pero a ti más que a ella... Me voy a jugar... pero bajo los árboles... no al sol... no tengas cuidado. Iba a salir; Fabrice la llamó.
Sí, sí, vaya a sus diligencias; pero no se corra mucho, y vea en este suceso feliz, como lo veo yo, una lección que nos da la Providencia. Por mi parte, me declaro convencida de lo buenos que son el orden y el arreglo, y hago propósito firme de apuntar todo, todito lo que gasto.
O bien: «Me han dicho que no has sabido la lección de catecismo. Te vas haciendo muy holgazana. Cuidado que seas buena, porque si no, te encierro en la cueva de los ratones.» Antes se ocupaba ella en tomarle las lecciones, en ponerle la aguja en la mano y guiar sus diminutos dedos. Ahora abandonaba casi siempre esta tarea a las doncellas.
Palabra del Dia
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