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Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres á la cárcel de Valencia para contemplar á través de los barrotes al pobre «libertador», cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta. Llegó la vista del proceso, y le sentenciaron á muerte.

Al oír esto, la cara arrugada del viejo se iluminó con una severa sonrisa, y observó: No hay duda, hará una espléndida conquista matrimonial. ¡Ah! si usted pudiera conseguir que le dijera todo lo que sabe, lo pondría en posesión del secreto de su padre. ¡Qué! ¿acaso ella lo conoce? exclamé. ¿Está usted seguro de eso? Lo estoy; ella sabe la verdad. Pregúnteselo.

Andar bajo palio, hablar desde el púlpito y dar la mano a besar, le parecían mayores signos de prestigio que ir a caballo con música delante, espada en mano y batallones detrás; así que, cuando su padrino le dijo que estudiara para cura, su infantil imaginación acogió la noticia con una emoción muy semejante a la alegría. ¿Qué otra carrera había de darle un hombre entregado a servir medio de guía, medio de agente a los intereses y la parcialidad del clero?

En novelas, en poesía lírica, en libros de filosofía, de historia y de otros asuntos, puede un autor prescindir de la corrupción literaria de su tiempo, de la rudeza y del corto saber de sus contemporáneos y de sus tonterías y extravagancias, y componer su obra para un público eterno; para que la posteridad la aplauda, haciéndole justicia: para que gente más instruída y estéticamente mejor educada le comprenda y le admire, allá en los siglos que están por venir, ó bien para que en el día un cortísimo número de personas discretas, refinadas y doctas, se deleiten leyéndole y saboreando todos los primores de fondo y de forma que hay en su producción literaria, convirtiéndola para el vulgo profano en el libro de los siete sellos.

Deseaba el gobernador triunfar en Cebre sin apelar a recursos extraordinarios y arbitrariedades de monta, pues sabía que, si no era probable que jamás se levantasen allí partidas, en cambio la sangre humana manchaba a menudo mesas y urnas electorales; pero la nueva combinación le obligaba a no reparar en medios y conferir al insigne Trampeta poderes ilimitados....

Nada añadiría ya a su acabada caballerosidad, quitando mucho a su prudencia y a sus sentimientos humanitarios. ¡Ah señores! el hombre no es una fiera de los bosques a quien enardece en vez de calmar la sangre de su enemigo y lucha con él hasta destrozarlo y no queda satisfecha hasta que le arranca sus entrañas palpitantes.

21 Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido cartas tocante a ti de Judea, ni viniendo alguno de los hermanos nos haya denunciado o hablado algún mal de ti. 22 Mas querríamos oír de ti lo que sientes; porque de esta secta notorio nos es que en todos lugares es contradicha.

El pobre hombre palideció, sus oidos le zumbaron, una nube roja se interpuso delante de sus ojos ¡y en ella vió á su mujer y á su hija, pálidas, demacradas, agonizando, víctimas de fiebres intermitentes!

Recorrió la casa, puso en pie a todos los dormilones que hallaba en su camino y bajó las escaleras del jardín de cuatro en cuatro peldaños. No pensaba el doctor que la señora Chermidy fuese capaz de cometer un crimen; pero, sin embargo, dejó escapar un suspiro de satisfacción al encontrar a Germana como la había dejado. Le tomó el pulso antes de decir palabra y luego habló.

La bóveda azul no trocó en negro su color azulado: conservó su azul, aunque le hizo más oscuro. El aire era tan diáfano y tan sutil, que se veían millares y millares de estrellas, fulgurando en el éter sin término.