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Elige pronto: la bruja o yo...; pero luego no me vengas a casa babeando. ¡Cállese usted, so chupacharcos! gritó Frasquita, lívida de puro encorajada. ¿Escuchas?

Su cara lívida causaba miedo, y cuando dilataba los labios morados con expresión equívoca y asomaban sus dientes blanquísimos, se veía en él clara y patente la sonrisa del dolor, o sea la casi imperceptible burla que el dolor hace de mismo cuando han concluido todos los consuelos y aun los sofismas del consuelo.

Gertrudis se ha puesto lívida; toda desconcertada, lo mira fijamente. El, tratando de recobrar el aliento, hunde sus miradas en la sombría corriente. ¡No había pensado en ello, Juan! balbucea la joven implorando su perdón con los ojos. Juan se echa a reír. Una alegría feroz, que le hace olvidar todo peligro, se apodera de él.

Y, al mismo tiempo que hablaba, se apoderó de la mano lívida que colgaba y trató de levantarla. Su marido, más sensible, se había ocultado el rostro entre las manos y lloraba. El doctor no se dejó llevar por la emoción.

Quitó la almohada, quedándose con las rótulas apoyadas en el santo suelo; alzó los ojos, buscando a Dios más allá de las estampas y de las vigas del techo; y abriendo los brazos en cruz, comenzó a orar fervorosamente en tal postura. El ambiente se volvió glacial; una tenue claridad, más lívida y opaca que la de la luna, asomó por detrás de la montaña.

Lívida claridad exhalan las hirvientes masas; reflejos cobrizos, matices violados dan al hacinamiento de nubes el aspecto de un horno inmenso de metal en fusión; parece que se ha abierto la tierra, dejando brotar de su seno un Océano de lavas. Los relámpagos que brotan en las profundidades del caos, vibran como serpientes de fuego.

Telva no quiso disturbarle el sueño, y la dejó a solas, rezongando: «Cuando despierte, ya se meterá en la cama. ¡Jesús con el señorío, y qué afición a los pantalones!...» Felicita despertó de madrugada. Por el balcón se efundía una claridad lívida e inanimada, como aurora de ultratumba. Las velas sobre la cómoda se habían consumido.

Explicó que los alemanes tenían sus cañones y atrincheramientos al final de esta carretera, que descendía por una depresión del terreno y remontaba en el horizonte su cinta blanca entre dos filas de árboles y casas quemadas. La mañana lívida, con su esfumamiento brumoso, les ponía á cubierto del fuego enemigo.

Atónito Pablo Aquiles, no sabía qué responder, temeroso de que sus hermanas se enterasen del escándalo; tuvo, sin embargo, un asomo de energía, cosa rara en él, y dijo a la mujer que se mandara mudar de prisita y en silencio. Lívida, ella chilló: ¿Irme yo? ¡pues no faltaba más! si el mismo derecho de estar en la casa que usted lo tiene mi niño, como que lleva su sangre.

Una claridad lívida inflamó el espacio, y el trueno estalló sobre el cortijo con un estrépito seco que conmovió los cimientos, despertando en los establos un eco de mugidos, relinchos y patadas.