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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Ante todo, echaremos un ancla a popa para impedir que una ola empuje al junco hacia la playa. Esto no ocurrirá, porque estamos demasiado bien encallados; pero nunca están demás las precauciones. Tenemos todavía un ancla dijo Van-Horn . Será suficiente para sujetar el barco. Luego desplegaremos velas para estar dispuestos a dejar esta bahía apenas estemos a flote.

Pero quien mandaba de veras eran los franceses, que querían para ellos todo lo del país, y quitaban lo de Anam para poner lo suyo, hasta que Anam vio que aquel amigo de afuera era peligroso, y valía más estar sin el amigo, y lo echó de una pelea de la tierra, que todavía sabía pelear: sólo que los franceses vinieron luego con mucha fuerza, y con cañones en sus barcos de combate, y el anamita no se pudo defender en el mar con sus barcos de junco, que no tenían cañones; ni pudo mantener sus ciudades, porque con lanzas no se puede pelear contra balas; y por Saigón, que fue por donde entró el francés, hay poca piedra con que fabricar murallas; ni estaba el anamita acostumbrado a ese otro modo de pelear, sino a sus guerras de hombre a hombre, con espada y lanza, pecho a pecho los hombres y los caballos.

La herramienta era suya: una azada de nueve libras de peso, que habían de manejar con ligereza, como si fuese un junco, de sol a sol, sin más descanso que una hora para el almuerzo; otra para la comida, y los minutos que les concedía el capataz con su voz de mando para que echasen cigarro. Nueve libras, padre añadía el señor Fermín.

Los chinos, que temían una irrupción de compatriotas del prisionero, se resistían al principio, prefiriendo dormir en el junco, donde estaban seguros; pero el Capitán hizo que desembarcaran las dos lantacas, y les prometió además que los acompañarían él mismo, uno de sus sobrinos y el viejo Van-Horn, con lo cual les persuadió a quedarse.

Todos se pusieron al momento en pie, y hubo unos cuantos que se apresuraron a acercarse a las chalupas, que estaban atadas en la playa. El Capitán y Cornelio, que dormían en una tienda, mientras Hans y Van-Horn se habían quedado en el junco, fueron bien pronto advertidos del hecho. ¿Se tratará de una señal? preguntó el joven.

Los dos cojeaban; pero el uno francamente, apoyado en su garrote, con un pie enorme cubierto de envoltorios y metido en un zapato de fieltro; mientras su compañero, que tenía una pierna rígida, usaba calzado ajustado y brillante, afirmándose con coquetería en un junco fino, que prestaba verdaderamente servicios de muleta.

Don Carlos estaba en su comedor tomando el décimo mate de la mañana. Celinda, con vestido femenino, ocupaba un sillón de junco y parecía entregada á melancólicos pensamientos. El mestizo entró gritando: Patrón, el comisario dice que vaya ahorita mismo al pueblo. Han tomado preso al que robó nuestra vaca.

¡Preparad la cuerda del ancla! gritó el Capitán a Van-Horn y al chino . ¿Sigue la otra a babor? Siempre, señor contestó el piloto. ¿Crees que resistirá? Confío en ello, Capitán. Virando algo, creo que podremos ejercer un poderoso esfuerzo por estribor y poner el barco a flote. Ayudaremos a la marea. En aquel momento se estremeció el junco y pareció que tendía a recobrar su nivel.

11 ¿Crece el junco sin lodo? ¿Crece el prado sin agua? 12 Aun él en su verdor sin haber sido cortado, y antes de toda hierba se seca. 14 Porque su esperanza será cortada, y su confianza es casa de araña. 15 El se apoyará sobre su casa, pero no permanecerá en pie; se asirá a ella, más no se afirmará. 18 Si le arrancaren de su lugar, éste le negará entonces, diciendo: Nunca te vi.

Es verdad, señor Cornelio dijo el marino arrugando la frente . Esta noche tendremos viento fuerte; pero el junco parece sólido y está ya probado en varias tempestades. No digo lo contrario; pero si al encallar ha quedado algo resentido ... sabes muy bien que la carena de estos barcos no es tan segura como la de los europeos. También eso es verdad, señor Cornelio.

Palabra del Dia

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