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Actualizado: 29 de mayo de 2025
No me han dejado criarla, Julián.... Manías del señor de Juncal, que aplica la higiene a todo, y vuelta con la higiene, y dale con la higiene.... Me parece a mí que no iba a morirme por intentarlo dos meses, dos meses nada más.
Juan José Lezica Martin Gregorio Yaniz Manuel Mancilla Manuel José de Ocampo Juan de Llano Jaime Nadal y Guarda Andres Dominguez Tomas Manuel de Anchorena Santiago Gutierrez Dr. Julian de Leiva. Excelentísimo Señor Virey D. Baltazar de Hidalgo de Cisneros.»
Bien, bien.... Yo quería decir misa antes de tomar el chocolate. Hoy no podrá, porque tiene la llave de la capilla el señor abad de Ulloa, y Dios sabe hasta qué horas dormirá, ni si habrá quién vaya allá por ella. Julián contuvo un suspiro. ¡Dos días ya sin misar!
El duque pasó, como solía cuando por casualidad iba por allí, sin dignarse arrojarles una mirada, y se fué derecho al pequeño departamento donde Calderón solía estar. Mucho antes de llegar a él comenzó a decir en voz alta: ¡Caramba, Julián! ¿cuándo saldrás de esta cueva? Esto no es una casa de banca; es una cuadra.
Con placer del niño voluntarioso cuyos dedos entreabren un capullo, gozaba en poner colorada a Nucha, en arañarle la epidermis del alma por medio de chanzas subidas e indiscretas familiaridades que ella rechazaba enérgicamente. El pobre Julián, con los ojos fijos en el plato, el rubio entrecejo un tanto fruncido, pasaba las de Caín.
Sonrió con amargura y añadió: Tengo poca suerte.... No he hecho mal a nadie, me he casado a gusto de papá, y mire usted ¡cómo se me arreglan las cosas! Señorita.... No me engañe usted también recalcó el también. Usted se ha criado en mi casa, Julián, y para mí es usted como de la familia. Aquí no cuento con otro amigo. Aconséjeme.
Se quejaba de una aflición, una cosa repentina, y Julián, turbado pero compadecido, acudió a empapar una toalla para humedecerle las sienes, y a fin de ejecutarlo se acercó a la acongojada enferma. Apenas se inclinó hacia ella, pudo a pesar de su poca experiencia y ninguna malicia convencerse de que el supuesto ataque no era sino bellaquería grandísima y sinvergüenza calificada.
Sentía Julián cosquilleo y agujetas en los muslos, frío en los huesos y pesadez en la cabeza. Dos o tres veces miró hacia su cama, y otras tantas el recuerdo de la pobrecita, que sufría allá abajo, le detuvo. Dábale vergüenza ceder a la tentación. Mas sus ojos se cerraban, su cabeza, ebria de sueño, caía sobre el pecho. Se tendió vestido, prometiéndose despabilarse al punto.
Parecíale a Julián que Nucha era ni más ni menos que el tipo ideal de la bíblica Esposa, el poético ejemplar de la Mujer fuerte, cuando aún no se ha borrado de su frente el nimbo del candor, y sin embargo ya se adivina su entereza y majestad futura.
Muchas veces había pensado en semejante probabilidad: cualquier día era fácil que Nucha, por necesidad de desahogo y de consuelo, viniese a echársele a los pies en el tribunal de la penitencia y a demandarle consejos, fuerza, resignación. «¿Y quién soy yo se decía Julián para guiar a una persona como la señorita Marcelina?
Palabra del Dia
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