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Actualizado: 3 de julio de 2025
Dirá que yo le abandono y le dejo andar hecho un pordiosero. ¡Es una vergüensa!» Si se quedaba en casa y jugaba con los criados, la señora se ponía furiosa, le dolía la cabeza, hablaba de la bajeza de sentimientos que el muchacho revelaba, allanándose a estar siempre entre la servidumbre, e increpaba duramente al brigadier porque no sabía educar a su hijo.
Poco después bufaba lleno de furia porque le venían malas cartas. A pesar de su opulencia jugaba siempre con el mismo afán que si le importase mucho la perdida o la ganancia de unos cuantos duros. Si la suerte le era adversa se ponía de un humor endiablado, murmuraba y hasta llegaba a decir frases inconvenientes a los compañeros.
Yo no tengo nada de torpe: me lo conozco, sí, señores. ¿Creerá usted, Sr. Santorcaz, que eso que usted ha dicho de los mayorazgos se me había ocurrido a mí muchas veces cuando jugaba en el patio de casa con las gallinas?
Miradla; parecía una reina. ¡Quién podría figurarse, al verla con aquellos trajes, que la había tenido en su barraca, y en las tardes de sol jugaba en la cuadra con Nelet y otros chicos, entre el macho, el novillo y los dos cerdos! Aún se acordaban todos de ella y eran muchos los que le preguntaban por su salud. No; de aquel año no pasaba.
Los sujetos respondieron concordes que D. Jaime era un varón discreta y altamente morigerado; que no tenía ni había tenido relaciones que le comprometiesen; que no jugaba, o que si jugaba, no perdía; y, en cuanto a los hijos, que lo único que podían asegurar es que no habría ninguno que pidiese a don Jaime que le reconociera por tal, dándole su nombre, pues ya ellos, si existían, tendrían el suyo cada uno.
Las paredes de las casas, las tapias de los corrales, no proyectaban la menor sombra; el reloj de la torre acababa de dar doce campanadas. En la primera casa, a la sombra de un cobertizo, se hallaba una mujer lavando; cerca de ella y sobre una zalea se veía un niño que tendría dos años de edad. El niño jugaba con sus rotos zapatos que había logrado quitarse de los pies.
Jugaba, cortejaba, estaba fuera de casa hasta las tres o las cuatro de la mañana. Yo era como su refugio, como el medio de su purificación, como su consuelo santo en los momentos de abatimiento y de tristeza. Me llamaba a su cuarto, y ya solo conmigo, me decía ternuras, me besaba y lloraba a veces. Como yo era tan niña, ni podía averiguar por mí, ni tratar de saber de él la causa de sus pesares.
Era gran tirador según observé a los primeros golpes; y como yo no poseía en tal alto grado los secretos del arte y él no tenía entonces en su cerebro todo aquel buen asiento y equilibrio que indican una organización educada en la sobriedad, jugaba con gran pesadez de brazo, haciéndome más daño del que correspondía a un simple entretenimiento.
Hablaba muy poco; no jugaba nunca; sus placeres consistían en salir de paseo con su papá y otros señores mayores, y que así le viesen sus amigos y compañeros de Instituto.
La ponían en un convento para moldearla de nuevo, después la casaban... y tira y dale. Figurábase ser una muñeca viva, con la cual jugaba una entidad invisible, desconocida, y a la cual no sabía dar nombre. Ocurriole si no tendría ella pecho alguna vez, quería decir iniciativa... si no haría alguna vez lo que le saliera de entre sí.
Palabra del Dia
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