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Actualizado: 3 de julio de 2025
Determinéme de ir a una posada, donde hallé una moza rubia y blanca, miradora, alegre, a veces entremetida y a veces entresacada y salida; zaceaba un poco; tenía miedo a los ratones; preciábase de manos y por enseñarlas siempre despabilaba las velas, partía la comida en la mesa, en la iglesia siempre tenía puestas las manos, por las calles iba enseñando siempre cuál casa era de uno y cuál de otro, en el estrado, de contino tenía un alfiler que prender en el tocado, si se jugaba a algún juego era siempre el de pizpirigaña, por ser cosa de mostrar manos.
Jugaba ahora en un Círculo elegante, creyendo compensar de tal modo sus periódicas escaseces, y esto servía para que desaparecieran con mayor rapidez las cantidades recibidas de América... ¡Que un hombre como él se viese atormentado por la falta de unos miles de francos! ¿De qué le servía tener un padre con tantos millones?
Acordéme entonces de Neluco y de Chisco, y supuse que la casa del primero sería una grande, de «cuatro aguas», que no distaba mucho del camino; y supuse bien, según respuesta que dio a una pregunta que le hice, un muchachuco más guapo que limpio de cara y de vestido, que jugaba, con otros de pelaje aún más humilde, en una brañuca próxima a la portalada.
Pero yo dijo el joven con la tenacidad del que se agarra a una esperanza , yo no sólo jugaba a la Bolsa. Don Ramón tenía en su poder más de tres mil duros míos en títulos del Estado. ¿Qué se han hecho? Cuadros lanzó una carcajada, que, en fuerza de querer ser irónica, resultaba espeluznante. Espera sentado tus tres mil duros exclamó con brutalidad ; eso de los valores públicos es una mentira.
Yo jugaba siempre muy mal; lo cual le disgustaba cuando era mi compañero y le colmaba de alegría cuando era mi adversario. A pesar de todo, sin duda mirando por la belleza del deporte, me dió la dirección de usted y me aconsejó que tomara lecciones. EL SE
Y lo era, así mismo, el médico, ya bastante viejo y chapado a la antigua, hombre de pocas palabras, pero sapientísimo tresillista, que solía hacer el cuarto en la mesa cuando doña Inés jugaba.
Vamos, yo veo la cosa turbia. La impresión que recibió don Juan fue horrible. Fingió escucharlo todo sin darle importancia, haciendo como que jugaba distraídamente con el regojuelo que había quedado sobre la mesa, pero en realidad estaba profundamente pensativo.
Hay cosas imposibles de explicar a una señorita. Hubo un instante de silencio molesto. El señor Hardoin jugaba con el cuchillo, con una enigmática sonrisa en los labios. Dispense usted, querido conde dijo gravemente el señor de Argicourt, pero usted ha encontrado al capitán Raynal en mi casa y soy solidario de todos mis huéspedes. ¿Sabe usted alguna historia respecto de él?
Tímida y cortada se detuvo en el umbral; bajaba los ojos, y al parecer distraída jugaba con la punta del delantal. ¿Me llamaba usted, doña Pepita? dijo. Sí, respondió mi tía, para que conozcas al sobrino. ¿No deseabas conocerlo? Pues aquí lo tienes. Ya lo ves. La doncella murmuró una excusa.
Ella, por su parte, jugaba también con él; le enseñaba canciones y lindezas, diole para su trenza una cinta amarilla, la que mejor sentaba a su color; leíale cuentos y narraciones y lo llevaba consigo a la clase del domingo; en oposición a los precedentes de la escuela y a manera de las mujeres mayores, triunfaba en esta innovación.
Palabra del Dia
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