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Actualizado: 22 de mayo de 2025
El leon avanza á saltos: uno más para que hambriento se cebe en su triste presa, que inmóvil, resplandeciendo más que por sus ricas joyas de su beldad por lo inmenso, parte el alma atribulada entre el asombro y el miedo: que la hace sentir Ataide un inefable consuelo, y el leon puede quitarle lo que ya, sin comprenderlo, siente en su sér conturbado por un dulcísimo anhelo.
Aquellas mujeres me tomaron medidas, y tres días después me llevaron ricos vestidos y muchos trajes de dama, y de dama principal; por otra parte, don Hugo me llevó joyas. Cuando me vistieron, cuando me engalanaron, don Hugo exclamó enamorado: ¡Es un sol! Yo estaba aturdida, me miraba en un espejo, y no me conocía; me parecía que mi hermosura había crecido. La felicidad me hacía sufrir.
»Acertó acaso, andando a buscar a Camila, que vio sus cofres abiertos y que dellos faltaban las más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura. Y, ansí como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fue a dar cuenta de su desdicha a su amigo Lotario.
En la escena última se han hecho los preparativos del torneo, delante del palacio de Arminda: Marfisa y Leonido se aprestan á la pelea, pero se conocen y combaten con cierto temor. Casimiro los separa, y se informa de su procedencia. Al presentarle las joyas, que ambos guardan, averigua que son los dos hijos gemelos suyos y de Matilde, princesa de Trinacria, que los ha dado á luz en secreto.
La poesía, en general, y especialmente la dramática, produjo las joyas más preciadas y ricas que corresponden á esta época de la literatura española; en ella, como en un foco, concurrían todos los rayos de la vida espiritual de la nación, presentando elocuente ejemplo del vuelo, de que es susceptible el ingenio bajo el imperio de las circunstancias más desfavorables, las cuales, si lo enfrenaban por una parte, contribuían por otra á inspirarle más vigor y lozanía.
No contestó el gran monje, hablando en inglés; según el cardenal Sannini, Su Santidad, después de la paz con Italia, se lo regaló como prueba de consideración, y teniendo en cuenta también que, con la ocupación de Roma por las tropas italianas, sería difícil, sin excitar grandes sospechas, volver a traer al tesoro del Vaticano la gran colección de joyas.
Le salvaré. ¡Hola, doña Violante! ¡Doña Violante! Acudió una doncella. Mi manto, al momento; que pongan una carroza. La doncella salió. ¡Cómo, madre mía, vos!... ¿Vais á ir?... Sí; sí, yo en persona casa del duque de Lerma. ¿Pero no sería mejor que él viniese?... No; no... quiero verle al momento... iré. Pero, toma esas joyas... y la carroza tarda... La nuestra... ¡Ah! ¿tenéis carroza?...
Pero, cuando su padre la vio adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ¿Qué es esto, hija, que ayer al anochecer, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te vi con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte y sin haberte dado alguna nueva alegre de solenizalle con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte cuando nos fue la ventura más favorable?
Un mes se estuvieron en Toledo, al cabo del cual se volvieron a Burgos don Diego de Carriazo y su mujer, su padre y Costanza, con su marido don Tomás. Quedó el Sevillano rico con los mil escudos, y con muchas joyas que Costanza dio a su señora: que siempre con este nombre llamaba a la que la había criado.
Como puede usted ver, esta colección de joyas es inacabable. Tres rubíes solamente produjeron, el año pasado, en París, la cantidad de sesenta y cinco mil libras esterlinas, mientras que algunas de las esmeraldas se han vendido por sumas enormes.
Palabra del Dia
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