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Actualizado: 15 de junio de 2025


Al morir los empleados anulábanse las plazas, y eran despedidos los carpinteros, los albañiles, los vidrieros, que antes vivían en la Primada como obreros adheridos a ella, trabajando continuamente en su reparación. Si de tarde en tarde era indispensable verificar un trabajo, se llamaban jornaleros de fuera.

No digáis en Villaverde que no tiene grandes hombres; no lo digáis, por vida vuestra, porque luego os replicarán mis paisanos, así sean jornaleros, o abogados, o médicos, o propietarios vuestros interlocutores: «¿Y el Señor General Don Pancracio de la Vega? ¿Y el Ilmo y Reverendísimo Señor Don Pablo Ortiz y Santa Cruz, Obispo in pártibus de Malvaria?».... Si está presente el pomposísimo os dirá: «¿El General de la Vega? ¡Gran político! ¡El Mecenas de todos los poetas veracruzanos! ¿Mi maestro el Ilmo Señor Obispo de Malvaria? ¡Gran teólogo!

Pues dila , y haz cuenta que yo he muerto De risa. Voy allá. ¿De qué aprovechan Todos vuestros afanes, jornaleros, Y pasar las semanas con miseria, Si dempués los domingos ó los lunes Disipáis el jornal en la taberna?

El viejo Zarandilla intervino también, por considerarse comprendido en el llamado gobierno del cortijo. ¡Los amos!... Ellos podían arreglarlo todo, sólo con acordarse un poco del pobre; con tener caridad, mucha caridad. Salvatierra, que escuchaba impasible las palabras de los jornaleros, se agitó, rompiendo su mutismo al oír al viejo. ¡La caridad! ¿Y para qué servía?

Su capacidad de alimentación sólo era comparable, según Isidro, a la de un náufrago que se salva o a la de un habitante de ciudad sitiada que se rinde después de varios años. Cuarenta generaciones de jornaleros hambrientos comían por su boca. En aquel mismo instante, mirando Ojeda hacia el paseo de babor, vio a Isidro que acababa de abandonar su conversación con las señoras y venía hacia él.

Se formaron en dos filas los jornaleros, y guiados por el señor Fermín, emprendieron una marcha lenta, viña abajo.

En la capital de la Argentina le hablaron de los grandes trabajos que se realizaban junto al río Negro, haciendo necesario el enganche de numerosos jornaleros, y allá se fué con toda su colección de animales empajados, saltando de la temperatura tórrida del Paraguay y el Brasil inferior al invierno rudo de la Patagonia.

Después, con caras de malhumor, fueron saliendo a la explanada los viñadores, obligados a permanecer en Marchamalo para asistir a la fiesta. El cielo se azuleaba sin la más leve mancha de nubes. En el límite del horizonte una faja de escarlata anunciaba la salida del sol. ¡Buen día nos Dios, cabayeros! dijo el capataz a los jornaleros.

Los mismos jornaleros escépticos niegan de día y rodeados de gente, y de noche, á solas, tienen más miedo que antes de lo sobrenatural, por lo mismo que lo han negado durante el día.

Antonio su cuñado, que se había establecido por una temporada en el cortijo con aires de dictador, queriendo ponerlo todo en orden, sólo había servido para embrollar la marcha de los trabajos y provocar la ira de los jornaleros. Gracias que Gallardo contaba con el ingreso seguro de las corridas, riqueza inagotable que reparaba con exceso sus despilfarros y torpezas.

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