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Tales viajes no eran del gusto de Ferragut. Le irritaba la marcha en fila, como un soldado, teniendo que amoldarse á las velocidades de buques despreciables. Aún le encolerizaba más verse obligado á obedecer al comandante del convoy, que muchas veces era un viejo marino de carácter autoritario.

No lo esperaba; los síntomas no eran malos; pero, aunque se lo ocultase a mismo, no las tenía todas consigo. Por eso le irritaba más la supersticiosa fe de Vetusta en la virtud de aquella señora; le irritaba más porque él, sin querer, participaba de aquella fe estúpida. «Y con todo, yo tengo datos en contra, pensaba, ciertos indicios.

Las gentes nos creían el matrimonio más feliz del mundo. La tranquilidad aparente de Amparo cuando yo era testigo de su agonía nocturna, de sus lágrimas y de lo intenso, de lo vivo, de lo inalterable de su amor hacia aquel hombre, que era para un misterio, la tranquilidad ficticia de Amparo, repito, me irritaba.

Lo que más irritaba á Tchernoff era la enseñanza inmoral nacida de esta situación y que había acabado por apoderarse del mundo: la glorificación de la fuerza, la santificación del éxito, el triunfo del materialismo, el respeto al hecho consumado, la mofa de los más nobles sentimientos, como si fuesen simples frases sonoras y ridículas, el trastorno de los valores morales, una filosofía de bandidos que pretendía ser la última palabra del progreso y no era mas que la vuelta al despotismo, la violencia, la barbarie de las épocas más primitivas de la Historia.

Irritaba a la de Quintanar esta insistencia de sus ensueños. ¿De qué le servía resistir en vela, luchar con valor y fuerza todo el día, llegar a creerse superior a la obsesión pecaminosa, casi a despreciar la tentación, si la flaca naturaleza a sus solas, abandonada del espíritu, se rendía a discreción, y era masa inerte en poder del enemigo?

Y tomándome las manos, aquella singular criatura, me clavaba las uñas como una pantera, y me irritaba con sus palabras ardientes y resueltas.

Pero tanto afán era inútil; ni Visita, ni Paco, ni los paseos a caballo de Mesía, conseguían rendir a la Regenta. ¡Y si al menos se viera que era indiferencia aquella fortaleza! Pero, no; a leguas se veía, según los tres, que Ana estaba interesada. Esto era lo que les irritaba más, sobre todo a Visita. Don Álvaro no hablaba de este mal negocio con la del Banco, por más que ella le hurgaba.

Y el Tato acababa sus confidencias con suposiciones obscenas. Esta murmuración contra el cardenal, que subía desde la sacristía hasta el claustro, irritaba al hermano de Gabriel. El Vara de palo, soldado raso de la Iglesia, no podía escuchar con calma los ataques a sus superiores. Para él todo eran calumnias.

La fuga de las mujeres para no verle partir; la dolorosa entereza de Carmen, que se esforzaba por mantenerse serena, acompañándole hasta la puerta; la curiosidad asombrada de los sobrinillos, todo irritaba al torero, arrogante y bravucón al ver llegada la hora del peligro. ¡Ni que me yevasen a la horca! ¡Vaya, hasta luego! Tranquiliá, que no pasará na.

El halagar a don Antolín era empresa más ardua, y el pobre curita sufría mucho para tener propicio al avaro, que se irritaba si no le devolvían a tiempo sus préstamos mezquinos. El Vara de plata, en su afán autoritario, gustaba de tener bajo su voluntad a un sacerdote, a un igual, para que viesen en las Claverías que no mandaba únicamente en la gente menuda.