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Sus relaciones fueron más allá del egoísmo de una vecindad del campo, continuándose en París. René acabó por visitar la casa de la avenida Víctor Hugo como si fuese suya. Las únicas contrariedades en la existencia de Desnoyers provenían de sus hijos. Chichí le irritaba por la independencia de sus gustos. No amaba las cosas viejas, por sólidas y espléndidas que fuesen.

Unos cuerpos se atraían a otros girando por el espacio a razón de millares y millones de leguas por minuto, y toda esta nube de mundos caía y caía, sin pasar dos veces por el mismo punto de la silenciosa inmensidad, en la que surgían otros astros y otros y otros, así como iban perfeccionándose los instrumentos de observación. ¿Dónde estaba en este infinito el Dios que fabricaba la tierra en seis días, que se irritaba por el capricho de dos seres inocentes sacados del barro y hechos carne de un soplo, y hacía surgir de la nada el sol y tantos millones de mundos, sin más objeto que alumbrar este planeta, triste molécula de polvo de la inmensidad?

Comprendió que el tener razón era allí lo de menos. A Ronzal ya le echaban chispas los ojos montaraces. Se había embrollado y esto era lo que más le irritaba siempre, perder el discurso a lo mejor. ¡, señor, esa cuestión; y quiero que se hable claro! Ni él mismo sabía lo que exigía. Foja se encargó de poner las cosas claras.

La audacia con que se recogía la falda, marcando las curvas más opulentas de su cuerpo y dejando al descubierto gran parte de las medias, irritaba a las mujeres. ¡Vaya usted con Dios, marquesita salerosa! dijo Fermín cerrándola el paso.

Fernanda, que sintió perfectamente toda la hiel de aquel discurso, respondió fríamente, y después de pocas palabras más se volvió al salón. A D. Pedro le había molestado el tufillo de elegancia y distinción que despedía la hija de Estrada-Rosa. Le irritaba que alguien se alzase en torno suyo, siquiera fuese solamente algunas pulgadas.

Pero al fin... Díjela yo que quien la deseaba era tan alto personaje, que sería necesario, para que no le conociese, que le recibiese sin luz. ¿Y qué dijo á eso? Quiso echarme rudamente de su casa... hizo como que se irritaba... pero no me echó... al fin de muchas réplicas me dijo: no hay persona que no pudiera ofenderme con una solicitud tan extraña sino el rey. ¿Eso dijo? exclamó el duque.

Le daba ira encontrarse tan filósofo, pero no podía otra cosa. Comprendía que aquellas meditaciones le alejaban de su venganza, que en el fondo del alma él no quería ya vengarse, quería castigar como un juez recto y salvar su honor, nada más. Y esto mismo le irritaba.

Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, sabía quiénes eran «las otras» para este muchacho que había empezado muy pronto á picar en los racimos de la vida. Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á las otras, con sus atrevimientos de virgen loca. Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo que me dice!... Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta.

Los aplastaremos, para que no perturben otra vez la paz del mundo. Y á ese maldito sujeto de los bigotes tiesos lo expondremos en una jaula en la plaza de la Concordia. Chichí, animada por las afirmaciones paternales, se lanzaba á imaginar una serie de tormentos y escarnios vengativos como complemento de tal exposición. Lo que más irritaba á la señora von Hartrott eran las alusiones al emperador.

De memoria hubiera podido repetir cuanto han dicho los Santos Padres y los Místicos en honor de la Virgen, y sabía alabarla en estilo oriental, con metáforas tomadas del desierto, del mar, de los valles floridos, de los montes de cedros; en estilo romántico que irritaba al Arcipreste y en estilo familiar con frases de cariño paternal, filial y fraternal.