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Veía rojo, cual si sus ojos estuviesen inyectados de sangre. Escuchaba, como algo lejano que venía de otro mundo, el vocerío de la muchedumbre aconsejándole serenidad.

Poca levita, mucha tuina y chaqueta, de higos a brevas un uniforme; buen número de mujeres, roncas ya, con los labios secos, los ojos inyectados, arrebatadas las mejillas, más o menos descompuesto el peinado y el traje.

Watson, despreciando á los combatientes, había corrido hacia la marquesa, colocándose delante de ella en actitud defensiva, como si le amenazase algún peligro. Robledo miró á los dos adversarios. Contenido cada uno de ellos por un grupo, se insultaban de lejos, con los ojos inyectados de sangre y la lengua estropajosa.

Madre, te lo pregunto una vez más: ¿por qué ha muerto Olga? Se había apoyado contra la pared y miraba a su madre fijamente con los ojos inyectados de sangre. Mientras tanto, la señora Hellinger se había echado a llorar. ¿Acaso lo ? dijo sollozando. ¿Acaso puede saberlo alguien? La hemos encontrado en su cama, nada más.

Llegaba con el pescuezo barnizado de rojo por los hilillos de sangre que se escapaban de los palos hincados en su cuello y los desgarrones de la piel, en los cuales quedaba al descubierto el músculo azul. «¡Coronel! ¡Hijo mío!...» Y el toro, como si comprendiese estas explosiones de ternura, alzaba el hocico, mojando con su baba las patillas del ganadero. «¿Por qué me has traído aquí?», parecían decir sus ojos fieros inyectados de sangre.

El prócer conservaba el cigarro puro en la mano izquierda, al cual seguía dando con impasibilidad un poco teatral, largos chupetones. Empezaban a caer del cielo gruesas gotas, anunciando un fuerte chaparrón. Peña gritó al fin: Señores, preparados... Una, dos, tres... El Duque inclinó la pistola y apuntó. Gonzalo, apuntando también, avanzó pálido, con los ojos inyectados.

Terminado el discurso, rectifica brevemente Pérez, y acto continuo el presidente concede la palabra a Gutiérrez, que con el rostro encendido, las manos trémulas y los ojos inyectados, comienza a gritar más que a decir su oración. «Señores académicos exclama: No es el cristianismo, no, como acabáis de oír, el que ha engendrado nuestra civilización. Todo lo contrario.

Al llegar con las mejillas pálidas y los ojos inyectados, todos dispararon sobre el cuerpo inanimado del terrible cabecilla, que pronto quedó espantosamente destrozado. Una vez concluido aquel acto de barbarie, engendrado por la cólera, los soldados quedaron silenciosos. Calmada la irritación, se hicieron cargo de que habían luchado contra un hombre solo y no quedaron satisfechos de mismos.

¡Ah! rugió más que dijo. Y al decir esto, dió un puntapié al retrato, que cayó al suelo con estrépito. En seguida se puso a brincar sobre él los dientes apretados, los ojos inyectados en sangre, con una de esas cóleras fragorosas de los hombres fuertes y pacíficos. La tela quedó al instante hecha pedazos.

Las infelices pedían por Dios y por la Virgen que las dejasen vestirse; pero el alcalde, con la faz arrebatada por la cólera y los ojos inyectados, cada vez gritaba con más fuerza, aturdiéndose con su propia voz: ¡A la cárcel...ajo!.,¡A la cárcel...ajo! Y no hubo otro remedio.