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Actualizado: 28 de junio de 2025
Omito referir la ansiedad de los extrangeros por este puerto, que hoy no frecuentan recelosos de ser invadidos de indios, pero que tienen interes conocido de ocuparlo por sus producciones, y que al fin arrostrarán allanando los obstáculos, y doblemente se esforzarán á ello si emprenden su interior reconocimiento.
D. Ignacio Pinuer, capitan graduado, y lengua general de la plaza y ciudad de Valdivia, me remitió una relacion jurada y circunstanciada de las noticias que tenia de personas que en ella cita, de existir á la orilla de la laguna Ranco, madre del rio Bueno, distante poco mas ó menos de cuarenta leguas de aquella plaza, y tres ó cuatro de la antigua desolada ciudad de Osorno, hácia el sur, dos poblaciones de españoles, cuyos causantes insinúa haber sido originados de la expresada ciudad, y que en el alzamiento general del siglo pasado en que destruyeron los indios siete ciudades, se mantuvo esta sitiada mucho tiempo de los bárbaros; pero que al fin consiguieron salir libres, y ocultarse en aquellas inmediaciones en donde se situaron, aprovechándose de las proporciones que ofrece el parage en que se hallan, resguardados de la misma laguna, y de un lodazal impenetrable; sin quedar mas que un estrecho camino que sirve de entrada y salida, de muy fácil defensa; á que han añadido fosos, y rebellines con puente levadizo, libres por esta industria de ser invadidos de los infieles comarcanos, sobre quienes parece que en la actualidad tienen adquirido dominio y subordinacion, concurriendo á las juntas á que los citan con la obligacion de guardar secreto de su permanencia en aquel oculto destino: que tienen murallas y casas de juncos, alguna artilleria y buenas armas.
No pasaba de los cuarenta años; llevaba el rostro afeitado; era grande y musculoso, pero empezaba á mostrar la blandura naciente de los organismos invadidos por la grasa. Tenía el aspecto del trabajador manual que ha hecho fortuna y no puede ocultar cierta tosquedad reveladora de su origen. Lucía numerosas sortijas, así como una gran cadena de reloj, y su traje siempre era flamante.
Allá donde tantos brutos se hicieron ricos decía , yo sólo conocí una pobreza igual á la de mi patria... Cuando estalló esta guerra me indigné, como muchos, de la conducta de los alemanes, de sus atrocidades en los países invadidos. Estaba entonces en Madrid. Una noche, varios contertulios de café convinimos en ir á pelear por Francia. El que se hiciese atrás pagaría diez duros.
Un taller que se perdía de vista, ocupando todo el último piso del caserón; un bosque de maderos y cuerdas, invadidos por las telarañas; una confusión de telares que, inactivos y muertos, parecían siniestras guillotinas, complicadas máquinas de tormento. Juanito tardó en ver a su tío, agachado entre dos telares, en mangas de camisa, ocupado en armar una ratonera.
Y la pobre Feli, haciéndose la temible, se apretaba contra Isidro, le estrechaba en sus brazos, frotaba su cara en uno de sus hombros, le acariciaba el cuello con el raso de sus labios. Sentíanse invadidos los dos por una dulce laxitud, por un deseo de descansar en algo más sólido que las frágiles sillas... ¡A dormir! Pero no durmieron: no tenían sueño.
El suelo del Atica es un ejemplo de esto, y a su esterilidad atribuye Tucídides el que allí viniese a formarse tan glorioso y próspero Estado, porque, en los principios de la civilización griega, los hombres huyeron de los terrenos fértiles, invadidos o infestados continuamente de ladrones y piratas, y vinieron a refugiarse en Atica, para estar al abrigo de las depredaciones y devastaciones.
Cuando los presos llegaron, las puertas y los alrededores del cuartel estaban invadidos por numeroso público, no tan grosero y soez como el de la mañana. Lo componían personas de más categoría, estudiantes en su mayor parte, hidalgos y empleados. Este público guardó prudente y compasivo silencio al verlos entrar. Fueron introducidos uno por uno en la vasta sala del Consejo.
A las dos en punto de la tarde, las bancas se llenan y los miembros del Instituto llegan con trabajo a sus asientos, invadidos por las señoras, que obstruyen los pasadizos con sus colas y crinolinas. M. Renán ocupa la presidencia, teniendo a su derecha a M. Gaston Boissier, y a su izquierda a M. Camille Doucet, uno que agitará poco la posteridad.
Palabra del Dia
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