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Señalándome aquel lugar, me dijo Pardo se le conocía con el nombre del camarín de Alaminos. Le interrogué sobre este particular y me contó que allí se había elevado un precioso kiosco de caña y flores en la visita de aquel general, al cual, según el testimonio de mi amigo, esperaban en aquel sitio más de 400 dalagas á caballo adornadas con sus mejores galas y escoltadas por unos 4.000 jinetes.

Desde que se rescató el Santa Ana no habíamos visto al joven Malespina. Por último, después de buscarle mucho, le encontré acurrucado en uno de los canapés de la cámara. Acerqueme a él y le vi muy demudado; le interrogué y no pudo contestarme. Quiso levantarse y volvió a caer sin aliento. «¡Está usted herido! dije : Llamaré para que le curen.

Sólo Teobaldo guardó su compostura, y nos dijo moviendo la cabeza: »¡Eso que es extraño! »A estas palabras, nuestra alegría creció de pronto. »No se rían ustedes... nos dijo con gran seriedad y sangre fría. Debo ser el más razonable de los tres... y soy el más débil y supersticioso... Lo que acaban de decirme me ha impresionado, y a mi pesar no puedo dejar de creerlo. »¿Por qué? le interrogué.

¿Y no se te ha ocurrido preguntártelo a ti mismo hasta que has vuelto a verme? ¡Responde! ¿Y por qué has de ser y no yo quien interrogue? ¿Porque eres hombre? Ten calma. No puedo, la tendré cuando hayas vuelto a mi poder. ¡Ah! Me quieres ahora porque no puedo ser tuya. Más de lo que te figuras. Estoy dispuesto a todo. Y yo a nada. ¡Parece mentira que se te hayan olvidado ciertas cosas!

Todas estas casas tienen ascensor, y todos estos ascensores tienen un letrero que dice: «No funcionaEn una, sin embargo, el ascensor carecía de letrero, lo que me hizo pensar muy mal del servicio. Esta casa es la que no funciona bien me dije. Y, dirigiéndome a la portera, la interrogué sobre el particular. Me había equivocado.

El señor de Couprat reía, pero Juno se envolvía en una imponente dignidad que no me infundía respeto. Llego un momento en que me hallé junto a él, mientras que mi prima caminaba delante de nosotros con aire distraído. Noté que él la miraba mucho, y le interrogué con la mayor inocencia de corazón: Es muy linda ¿verdad? ¡Linda, muy linda! respondiome con una voz tan apagada que me hizo estremecer.

Me cercioré de que tenían en efecto un hijo y que se llamaba Herberto, pero que no era de muy buena conducta. Estaba ocupado en las caballerizas de Belvoir explicó su madre cuando yo la interrogué sobre él. Pero hace como dos años que salió de allí, y desde entonces no lo hemos vuelto a ver. Algunas veces nos escribe de diferentes puntos y parece que prospera.

Era un trabajo pesado para hacerlo solo, con mis ropas mojadas adheridas a mi cuerpo, heladas y duras por el frío terrible; pero perseveré sin embargo, decidido, si posible era, a volverla a la vida, y esto lo conseguí felizmente media hora después. Al principio no pudo pronunciar una palabra, y yo no la interrogué.

Comparto vuestro gusto, señorita; viajar es la más interesante distracción. ¿Y vos habéis viajado? , algo. ¿Conocéis los Ruddar, los Shakird-Pische, los Usbecks, los Tadjies, los Molahs, los Dehbaschi, los Pend-Baschi y los Alamanos? le interrogué de un tirón mezclando razas, clases y dignidades. ¿Y qué es todo eso? preguntó aturdido el barón. ¡Cómo! ¿no habéis ido nunca a Tartaria? No, jamás.

Uno de sus enemigos. ¿Pero sabía usted lo que contenía esa bolsita? Jamás me lo quiso decir fue la respuesta del capuchino, mirándome de lleno a la cara. Sólo me dijo que su secreto estaba encerrado dentro de ella... y tengo motivos para creer que así era. ¿Pero usted conocía su secreto? le interrogué, con los ojos fijos en él.