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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El Blutfeld, situado entre el Schneeberg y el Grosmann, es una estrecha garganta rodeada de ingentes rocas cortadas a pico. Una corriente de agua se desliza por allí sinuosamente, tanto en invierno como en verano, a la sombra de crecidas malezas, y al fondo se extiende un ancho prado, en el que se ven grandes piedras esparcidas.
Ingentes peñascos, montañas enteras, si sirven de obstáculo a que se dilate el fuego que de repente arde en el seno de la tierra, vuelan deshechos por el aire, dando lugar y abriendo paso a la amontonada pólvora de la mina o a las inflamadas materias del volcán en erupción atronadora.
En su ilimitada y superior existencia, dominador Crishna de los tres mundos, dirige al son de su música el eterno giro de las esferas celestes que en arrebatada consonancia producen el perpetuo cambio de luz y tinieblas, en día y en noche, de alternadas estaciones durante el año, y en ingentes períodos de siglos desde el renacer del universo hasta su caída, extinción y reposo en el seno de Brahma.
Catalina Lefèvre, que se hallaba más cerca, escuchaba con las cejas fruncidas; su cara huesuda, su nariz aguileña, los tres o cuatro rizos de cabellos grises que caían al azar sobre sus sienes descarnadas y sobre los pómulos de sus hundidas mejillas, la contracción de sus labios y la fijeza de su mirada, llamaron en primer término la atención del oficial; luego éste descubrió el rostro pálido y dulce de Luisa, detrás de la anciana; más allá, a Jerónimo, con su barba rojiza, cubierto con una túnica de estameña; al anciano Materne, apoyado en su carabina, y más lejos a todos los demás; por último, la elevada bóveda de piedra roja, cuyas masas ingentes, formadas de sílex y de granito, avanzaban por encima del precipicio con algunas zarzas marchitas en las hendeduras, servía de fondo.
Esto y el breve tupé acompañado de mechoncillos sobre las orejas estaban declarando a gritos que el remate y coronamiento de tan singular cabeza había de ser uno de aquellos ingentes morriones de base estrecha y anchísima tapa, visera menuda y carrilleras de cobre suspendidas a los lados de la placa frontal.
El pastor cerró la puerta de la garita con la rapidez del rayo, pero Yégof no lo vio. El loco caminaba por el desfiladero como por una inmensa sala; a izquierda y derecha se alzaban tajos ingentes; en lo alto brillaban millones de estrellas.
La que duerme arrullada por el cántico de las ingentes olas del Atlántico; la que empujó a Colón hasta la entraña del mundo nuevo, que copió su hechura; la que llevó a las pueblos fé y cultura y áuras de libertad... Esa es España.
Las celdas del piso bajo abrían a un terrado con bancos de piedra, y sentados en ellos los solitarios, podían contemplar aquel estrecho y ameno recinto, animado por el canto de las aves y perfumado por las emanaciones de las flores, parecido a una vida tranquila y reconcentrada; o bien podían esparcir sus miradas por el espacio, en sus anchos horizontes, en la inmensa extensión del océano, tan espléndido como traidor; unas veces manso y tranquilo como un cordero, otras agitado y violento como una furia, semejante a esas existencias ingentes y ruidosas, que se agitan en la escena de mundo.
Arca santa inviolable de la Raza, Arca santa de próceres bellezas, que a tu prestigio espiritual vinculas la gloria de las magnas epopeyas; Arca egregia y divina, que en las ingentes luchas ya pretéritas sobreviviste al colonial desastre, cual sobrevive el alma a la materia; Arca ebúrnea, copón de maravillas, donde se guarda secular herencia; Arca de lo inmortal que veneramos en la vetusta casa solariega; Arca de oro que ofrece el Libro Santo y el perfumado pan de la Belleza, por quién juramos proscribir la casta de osados malandrines que te afrentan; la musa tropical, la musa autóctona, de tus clásicos lauros heredera, torna a pulsar el clavicordio hispano, clavicordio romántico que sueña, clavicordio que sufre como un alma, clavicordio polífono que encierra en sus notas lo grande, clavicordio donde llora sus cuitas Filomela, donde estallan los gritos del combate, donde retumba la canción de gesta...
Es cosa bien dolorosa ver á muchos de nuestros hacendados desvelarse tres y cuatro años, impendiendo ingentes caudales para establecer un rodeo de 10, 15 ó 20 mil cabezas de ganado, y que cuando en la noche de su descanso meditaban recompensar sus fatigas, disponiendo la venta de su hacienda, amanecieron sin una sola res, por habérsela robado los indios.
Palabra del Dia
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