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Actualizado: 1 de junio de 2025
Y su figura, en este ambiente de inercia, de renunciamiento, de ininteligencia, marca un contraste inevitable entre las dos Españas. La comida transcurre lenta; son viandas exiguas, mal guisadas, servidas en vajilla desconchada y sucia, sobre el hórrido mantel de hule.
Se había dejado la puerta del salón entreabierta y me fué inevitable oir estas palabras pronunciadas por el señor Laroque con el tono de bondad, aunque un poco irónico que le es habitual: ¡Vaya, vaya! no se puede comprender á Laubepin, que me anuncia un muchacho de cierta edad, muy sencillo, muy juicioso, ¡y que me envía un señor como éste!
Eugenio se retira á su casa, entra en su gabinete, se entrega á todo el dolor que consigo trae el frustrarse tantas esperanzas, y un cambio inevitable en su posicion social.
Había ido a instalarse por aquélla noche en el hotel más próximo a la Venerie. Siendo inevitable un duelo, dos oficiales de su regimiento, que habían asistido también a la comida, se pusieron inmediatamente de acuerdo con los señores de Hermany y de la Jardye, que debían ser nuevamente los padrinos del barón.
Muchos opinaron que algún navío español o inglés había encallado allí, y que las hogueras que veíamos eran encendidas por la tripulación náufraga. Nuestra ansiedad crecía por momentos; y respecto a mí, debo decir que me creí cercano a un fin desastroso. Ni ponía atención a lo que a bordo pasaba, ni en la turbación de mi espíritu podía ocuparme más que de la muerte, que juzgaba inevitable.
Y como fin de tantas privaciones, de una abstinencia triste y dolorosa... la muerte inevitable. ¿Para qué habrá nacido el pobre ser...? A veces las grandezas de la tierra equivalen a una maldición. La razón de Estado es el más cruel de los tormentos para un enfermo: le obliga a sonreír, a fingir una salud que no tiene.
Lo que debía suceder fatalmente, respondió Lea con una actitud de extravió. Sorege ha venido á mi casa... ¿Y le has recibido? No he tenido otro remedio. Ofrecía estarse allí hasta que saliera. No podía escapar. ¡No se evita lo inevitable! Te lo había dicho... Lo sabía... Mi suerte estaba decidida... ¿Pero á qué se ha atrevido? preguntó Jacobo, que empezaba á estar inquieto.
Andrés concluyó por desear un rompimiento; pero se dejaba arrastrar de la costumbre, sin fuerzas para tomar una resolución violenta, como sucede casi siempre en las relaciones añejas. Presentose al cabo lo que era inevitable. Su salud, siempre arrastrada y temblona, se resintió de modo alarmante.
No es que hubiese recobrado la calma, pero no vivía en la terrible ansiedad del que espera un acontecimiento inevitable. No abría jamás sin temblar una carta de Italia, pero en el intervalo de cada correo tenía instantes de reposo. A las vivas angustias que la torturaban, sucedió un dolor sordo que la costumbre le hizo familiar.
Al principio, la guerra cortaba el sueño, hacía intragable la comida, amargaba el placer, dándole una palidez fúnebre. Todos hablaban de lo mismo. Ahora, se abrían lentamente los teatros, circulaba el dinero, reían las gentes, hablaban de la gran calamidad, pero sólo á determinadas horas, como algo que iba á ser largo, muy largo, y exigía con su fatalismo inevitable una gran resignación.
Palabra del Dia
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