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Actualizado: 27 de julio de 2025


Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicurismo y de la decantada indolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla y exagera la vida del marino. Realmente, el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastran a la contemplación.

Ved, por ejemplo, al obrero español, el tipo que mas resiste á la invasion de las costumbres extranjeras: rebelde á la blusa, la cachucha y la actividad del obrero frances, el español conserva su sombrero redondo, su chaqueta y su manta para tener el derecho de conservar su inmobilidad é indolencia. Llega la tarde: son las cinco y estamos en primavera.

Allá el hombre primitivo, tosco, brutal, indolente, semi-salvaje y retostado por el sol tropical, es decir el boga colombiano, con toda su insolencia, con su fanatismo estúpido, su cobarde petulancia, su indolencia increíble y su cinismo de lenguaje, hijos mas bien de la ignorancia que de la corrupcion; y mas acá el europeo, activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces rubio, con su mirada penetrante y poética, su lenguaje vibrante y rápido, su elevacion de espíritu, sus formas siempre distinguidas.

La plática, iniciada con una frase lisonjera en elogio de su diligencia, se iba enredando poco a poco, sin saber cómo, y más de una vez la tía Pepilla vino a interrumpir nuestra charla. ¡Dulces instantes aquellos! Angelina, de pie cerca del pretil, envuelta en el rebozo, caídos los brazos con placentera indolencia, entre las manos la escoba perezosa.

De esa misma indolencia y ese perpetuo reposo, nacen sin duda alguna el sin número de abusiones, ó sean supersticiones de que está llena la tayabense, y de las que nos ocuparemos en los capítulos siguientes, en los que trataremos de describir lo mejor posible al indio y sus costumbres. Costumbres. Poesía popular indígena. La tradición y el manuscrito.

Afectaba en sus gestos y palabras la indolencia de un hombre cansado de la vida, para el cual el mundo nada nuevo puede ofrecer a los veintidós años; miraba con insolente fijeza, y cuando escuchaba a alguien, lo hacía con aire protector y desdeñoso. Era el tiranuelo de la casa, y a este privilegio unía el de excitarle la bilis a su tío don Juan siempre que se ponía en su presencia.

Pero sea indolencia natural, sea el desaliento de ver interrumpida su carrera, no era otra cosa que un simple dilettante, y para complemento, se había convertido en un mal sujeto. Excepto en casa de su madre, donde el deber lo retenía, poco se le veía en la buena sociedad, donde nada se divertía, y mucho en la mala, donde parecía gozar inmensamente.

El tío Zarandilla pasaba las horas sentado en uno de los bancos al lado de la puerta, mirando fijamente, con sus ojos opacos, los campos de interminables surcos, sin que el aperador le regañase por su indolencia senil. La vieja quería a Rafael como un hijo. Cuidaba de su ropa y su comida, y él pagaba con largueza estos pequeños servicios. ¡Bendito sea Dios!

Diose cuenta de que en pocos días, tal vez en algunas horas, por desalientos, por indolencia, habría llegado a ser, sin amor, sin amistad, sin excusa, la víctima inerte y estúpida de aquel cobarde libertino. Comprendió cuan cerca se había hallado del borde de aquel abismo y lo lejos que de él se hallaba en aquel momento.

Rara vez se le conocía el orgullo en su mirada afable y honesta. Miquis decía que había en aquellos ojos mil elocuencias de amor y propaganda de ilusiones. También decía que eran un mar hondo y luminoso, en cuyo seno cristalino nadaban como nereidas la imaginación soñadora, la indolencia, la ignorancia del cálculo positivo y el desconocimiento de la realidad.

Palabra del Dia

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