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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Esto me recuerda una de la mayores humillaciones de mi vida, un día en que mi pobre tía me sorprendió encaramada en una silla delante de la chimenea del comedor, con la nariz pegada al tremó, que tenía reflejos verdes, para verme más de cerca. Mi tía se indignó enormemente y me llevó, toda temblorosa, hasta la sacristía, donde estaba usted escribiendo en un gran librote.
Este modo de argumentar es indigno de un filósofo.
¡Pobre Dorotea! debéis haber pecado mucho. ¡Yo! ¡bah! yo no he hecho tanto como debería haber hecho; yo no he hecho mal á nadie. ¿Amáis mucho á don Juan? No debía amarle. No acabaremos nunca. Os pregunto... Y bien, le amo. ¿Y pensáis disputársele á su mujer? No. Hacéis bien; lo demás sería indigno de vos. Vos habéis venido para algo, don Francisco.
Indigno de vos. ¿Cómo podéis hablar de venganza y muerte, vos, tan joven y cándida, en cuyos labios sólo deberían oirse palabras de bondad y perdón? ¡Mundo cruel, que á cada paso me hace recordar el retiro y la paz de mi celda! Cuando así habláis me parecéis un ángel del Señor aconsejando seguir al espíritu del mal.
Ottokar regresa á Praga lleno de sombrío resentimiento, siendo recibido por su esposa Ethelfrida con muestras de desprecio por su pusilanimidad. La Reina sale armada á su encuentro á la puerta del palacio, y embrazando una lanza, y le prohibe la entrada, de cuyo honor le reputa indigno.
Hijo único entonces, heredaría todas sus riquezas, y, como si dijéramos, nada menos que el cacicato de este lugar; pero Vd. sabe bien lo firme de mi resolución. Aunque indigno y humilde, me siento llamado al sacerdocio, y los bienes de la tierra hacen poca mella en mi ánimo.
Tendí al anciano mi mano, que apretó con fuerza y nos separamos. Vuelto al pequeño cuarto, que ocupo bajo el techo de esta casa, que ya no me pertenece, he querido probarme á mí mismo que la certidumbre de mi completa ruina no me sumergía en un abatimiento indigno de un hombre.
Los extraños caprichos de la suerte, que, con frecuencia, dispensa al indigno los honores y todo género de felicidades, y deja perecer al digno en la indigencia, constituyen el fin de este drama.
Solo ya, recapacitó Morsamor sobre lo que había hecho y casi se arrepintió y se afligió de su viciosa ligereza. Indigno del héroe que él anhelaba ser, hallaba aquel tan ruin comienzo de altas caballerías: entrar con engañoso recato en casa ajena como ladrón astuto, y todo para alcanzar los venales y fáciles favores de una cortesana.
¡Ya lo creo! ¡Reclamar la viudedad... ella... causa de la muerte del digno magistrado! Sería indigno. Indigno. Y ya no está bien que viva en el caserón de los Ozores. Claro, porque aunque se lo regaló su esposo, según dicen, él fue quien se lo compró a las tías de Ana, y no con bienes gananciales, sino vendiendo tierras en la Almunia. Sea como sea, ella no debía vivir en esa casa.
Palabra del Dia
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