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Usted tiene formado de un concepto muy equivocado... Yo soy un indigno pecador... Gracias infinitas daré a Dios si me lleva al purgatorio, aunque esté allí miles de años... Y lo decía de todo corazón el virtuoso clérigo.

De Pas sentía unas dulcísimas cosquillas por todo el cuerpo al oír a la Regenta; y sin pensarlo se inclinaba hacia ella, como si fuera un imán. Afortunadamente las otras damas y el Arcipreste iban muy enfrascados en una agradable conversación que tenía por objeto despellejar a la pobre Obdulia. Ripamilán citaba, como solía en tal materia, al Obispo de Nauplia, la fonda de Madrid, los vestidos de la prima cortesana, etc., etc. No cabe negar que la resolución del Magistral estuvo a punto de quebrantarse, pero le pareció indigno de él mostrar tan poca voluntad y temió además lo que podía suceder en el Vivero.

Reinaba un silencio profundo durante algunos minutos. Don Juan se indignó tanto, que levantándose de un salto y agarrando la vara de señalar en los mapas, arremetió con él hecho un basilisco.

Fernando sonrió, algo asombrado de la naturalidad con que don José hacía esta declaración. ¡Qué cinismo tranquilo!... Y quiso acompañar su risa tocándole en el pecho con un dedo, pero se detuvo al ver su gesto de sorpresa. Se equivoca usted, señor Ojeda. Yo soy un indigno pecador en muchas cosas... menos en ésa. Tengo mis defectos, como todos los hombres, pero lo que usted cree... ¡nunca!

Se indignó el mendigo ante esta concurrencia. ¡Largo de allí! ¿No tenían bastante con lo que robaban, vendiendo retratos y rosarios?... Y él fué quien guió al médico, por un ancho corredor que conducía á un patio descubierto. Allí estaba la portería.

Y ante tan máximo grado de maravilla, se sentía humillado y casi ofendido, diciéndose que cuanto mayor fuese la superioridad de esa mujer, mucho más difícil le sería acercarse a ella y tanto más insignificante o indigno debía juzgarse.

»Estando, pues, en la ciudad, sin saber qué hacerme, pues a don Fernando no hallaba, llegó a mis oídos un público pregón, donde se prometía grande hallazgo a quien me hallase, dando las señas de la edad y del mesmo traje que traía; y decir que se decía que me había sacado de casa de mis padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegó al alma, por ver cuán de caída andaba mi crédito, pues no bastaba perderle con mi venida, sino añadir el con quién, siendo subjeto tan bajo y tan indigno de mis buenos pensamientos.

Su marido pareció apercibirse de su brutalidad, y prosiguió precipitando las palabras y casi balbuciente: Es claro que no tenía la intención de prevenirle... eso no entra en mis habitudes... pero usted lo ha querido... me ha obligado a ello... me precipita... Es él a más quien ha colmado la medida esta noche... Continuar haciendo la corte públicamente a la esposa cuando se bate al día siguiente con el marido, es indigno de un caballero... es innoble.

¡No soy más que un criado, Inés! exclamé, agarrándome con fuerza a la reja y sacudiéndola, como si quisiera hacerla pedazos ; no soy más que un miserable chico de las calles, indigno de ser mirado por personas de tu categoría. Después que nos separamos, mira qué distantes estamos uno de otro. Pero no creas que lo siento; me gusta verte donde estar debes. ¿Y ? me preguntó con perplejidad.

El tenor le confió un día, detrás del órgano, que la contralto poseía un medio para sostener la nota final de cada frase, al objeto de que su voz quedara por más tiempo en el oído del auditorio, acto indigno que sólo podía atribuir a un carácter vicioso e inmoral; que el tenor, dependiente muy conocido de una quincallería en los días laborables, y que cantaba los domingos, no estaba dispuesto a soportarla por más tiempo.