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Actualizado: 1 de junio de 2025


Claro está que el Sr. Muñoz y Pabón nada inventa de indecoroso ni de ofensivo, como, por ejemplo, lo que alguien ha pretendido probar recientemente en Alemania, de que Cristo estuvo estudiando en cierto colegio o Instituto de no recuerdo bien qué ciudad de la India; pero todavía, a pesar de lo inocente y católico de lo inventado por el Sr.

Era inclinación. Nada de disfrazar las faltas. Había hablado, sin precisar nada, de malos pensamientos, pero le parecía indecoroso e injusto para con ella misma, hasta grosero, personificar aquellas tentaciones, decir que se trataba de un solo hombre de tales prendas, y señalar los peligros que había. Pero ¿debía haberlo hecho? Tal vez.

A ver, aunque no quieras, te he de registrar el pecho... ¡Eh! ¿Qué se me importa que se te arrugue la camisa? ¡Qué, no veo acaso al viejo calavera degradado en ese moño indecoroso de la corbata!... ¡Un ramo de jazmines!... ¿Quién te ha dado ese ramo? Di, hombre infame y malvado. ¿Quién te ha dado esa inmundicia? ¡Puf!... ¡huele a patchoulí!

Desde aquel punto y hora, Julián se desvió de la muchacha como de un animal dañino e impúdico; no obstante, aún le parecía poco caritativo atribuir a malos fines su desaliño indecoroso, prefiriendo achacarlo a ignorancia y rudeza. Pero ella se había propuesto demostrar lo contrario.

La oficina no ostentaba el lujo del despacho ni mucho menos; era grande, fría, sucia; el mobiliario indecoroso, y tenía un olor de sacristía mezclado con el peculiar de un cuerpo de guardia. Los empleados tenían la palidez de la abstinencia y la contemplación, pero producida por los miasmas del covachuelismo, miserable, sórdido y malsano, complicado aquí con la ictericia de los rapavelas.

Mostrando por esta prodigalidad cierta extrañeza un boticario de la población con quien alguna vez se dignaba hablar, le respondió con fría arrogancia: Pago una botella, porque me parece indecoroso que D. Pedro Quiñones de León pida una copa como cualquier c...tintas de las oficinas del gobierno político.

Un día ya no pudo contenerse, y cogiendo descuidado a Maxi en su cuarto, le embocó esto de buenas a primeras: «No creas que voy yo a rebajarme a eso...». ¿A qué, señora? A visitar a tu... no puedo pronunciar ciertas palabras. Me parece indecoroso que yo vaya allá, a pesar de todos esos proyectos de legía eclesiástica que le vais a dar. Señora, si yo no he dicho a usted nada...

No supe al principio qué contestar, porque, a decir verdad, en mis catorce años de vida no se me habíapresentado aún ocasión de asombrar al mundo con ningún hecho heroico; pero el oírme llamar hombre me llenó de orgullo, y pareciéndome al mismo tiempo indecoroso negar mi valor ante persona que lo tenía en tan alto grado, contesté con pueril arrogancia: «, mi amo: soy hombre de valor».

Y no se diga para disculpar esta ingratitud, que yo falté una sola vez en veinticinco años al respeto, a la circunspección, a la severidad que la cultura y dignidad de entrambos me imponía, pues ni palabra incitativa pronunciaron mis labios, ni gesto indecoroso hicieron mis manos, ni idea impúdica turbó la pureza de mi pensamiento, ni nombré la palabra matrimonio, a la cual se asocian imágenes contrarias al pudor, ni miré de mal modo, ni fijé los ojos en las partes que la moda francesa tenía mal cubiertas, ni hice nada, en fin, que pudiera ofender, rebajar o menoscabar el santo objeto de mi culto.

¡Haré lo que quiera! gritaba, complaciéndose en escuchar su propia voz entre el fragor de la tempestad . ¡Ni muertos ni vivos mandan en !... ¡Toma!... ¡para mis nobles ascendientes!... ¡Toma!... ¡para mis antiguas ideas, para todos los Febrer!... Repitió varias veces el indecoroso ademán con una alegría de pilluelo.

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