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Actualizado: 11 de mayo de 2025


¡Don Francisco! exclamó con irritación el rey. ¡Señor! contestó Quevedo inclinándose profundamente. ¿No tenéis nada de qué quejaros? Quéjome de mi fortuna. ¿Ni nada tenéis que pedir? , por cierto, señor; todos los días pido á Dios paciencia. El rey se calló y abrió de nuevo su devocionario.

Dió algunas vueltas en torno murmurando palabras de conjuro, y al cabo, deteniéndose y pasándose las manos por la cara, con aparato solemne tomó la baraja nuevamente, la barajó largo rato en silencio y la entregó á Velázquez para que la cortase con la mano izquierda. La puso otra vez encima de la mesa é, inclinándose hacia aquél, le dijo al oído: Da encima tres golpecitos y llámala.

¿Qué haces por aquí? dijo acercando su rostro a los palos . ¿Eres el que parece o eres otro? Soy el que parece replicó Salvador inclinándose lo más posible sobre el arzón de su cabalgadura . ¿No esperabas verme por aquí? No habrás venido a nada bueno. He venido por ti. ¡Ah!... eres de los ministriles del Virrey. ¿Te has hecho asesor de Su Excelencia?

Veía el mundo entero inclinándose ante aquella diosa. No sólo la saludaban los potentados; los poderosos del arte estaban allí, pasaban de hoja en hoja, dedicando una palabra de afecto, un verso, una frase musical a la hermosa cantante.

Pepita se acercó de nuevo, y el comandante, inclinándose profundamente y afectando una solemnidad cómica, dijo: Tengo el honor de presentar a usted a mi amigo D. Ceferino Sanjurjo, joven de relevantes prendas, enamorado, galán y notabilísimo poeta. Pepita me alargó su mano flaca, diciendo: Si se parece usted a su amigo, no cuente usted con mi simpatía... Pero no; tiene usted mejor cara.

A las nueve y media vi por la ventanilla las torres y los edificios más elevados de una gran ciudad. Vuestra capital, señor dijo Sarto con cómica reverencia, e inclinándose me tomó el pulso. Algo agitado continuó con su eterno tono gruñón. ¡Como que no soy de piedra! exclamé. Pero servirá usted para el caso dijo satisfecho.

Pero no le dio tiempo el guardia a regocijarse, porque otra vez apareció por el arroyo adelante. En vez de fusil, traía dos naranjas en la mano derecha. «¡Eh, Marianín! gritó inclinándose para verle mejor y mostrarle lo que llevaba . Sal; no seas tonto. No te haremos nada... ¿Ves? Si sales, te doy estas dos naranjas». Pecado dio un salto hacia fuera y se arrojó en brazos del guardia.

¡Mentís! gritó ella, é inclinándose rápidamente clavó los dientes en la mano que la apresaba. Soltóla él, lanzando un rugido de dolor y la doncella corrió á guarecerse detrás de Roger. ¡Fuera de mis tierras, vagabundo! gritó furioso el otro.

Asi discurriria un buen pensador, sin decidirse por esto á creer ó dejar de creer, pero inclinándose algo mas á lo segundo que á lo primero; cuando aquí que llega á la reunion el marido de la señora espantada.

Sobre todo no sospechéis, no os atreváis á adivinar que quien ha pronunciado aquellas graves palabras, ha sido... ¡La reina! dijo la tapada inclinándose al oído del joven y con voz ardiente y entrecortada : era la infeliz Margarita de Austria. Ya veis si confío en vos. Deteniendo á ese hombre que me sigue, servís á su majestad.

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ciencuenta

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