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Actualizado: 21 de mayo de 2025


En esto emplea todo el dinero que le permites que tome como recompensa. A veces la sigue de lejos por las calles, admirando su contoneo provocativo, sus pantorrillas al descubierto, siempre con medias de seda... Cultiva pacientemente su jardín. Sonríe como un imbécil al pensar en su futura cosecha. Un domingo, al levantarse de la cama, el príncipe sintió deseos de cantar.

El imbécil era el hermano, que se presentó saludando a Ojeda con voz balbuciente, mirándolo como a un personaje importante que inspira respeto y poca simpatía. Nélida, al ponerse de pie, se desperezó con voluptuosa expansión. Parecía más alta, como si su cuerpo se dilatase de los talones a la nuca con el serpenteo nervioso que corría por él.

La inspiración huía, espantada por el ruido de las telas y la pegajosidad de los insectos. Le era imposible hacer nada, y acababa por pasearse nerviosamente, jurando que era un imbécil; hasta que Feli, molestada por su cólera, le rogaba que volviese a la calle en busca de distracciones.

Mientras los otros le explicaban, gesticulando, lo que a él le sonaba a griego, el sueño, la ira, el remordimiento le llenaban de avisperos el cerebro.... Hubiera mordido, pateado y llorado de buena gana. Se le cerraban los ojos, le ardían las orejas, se le doblaban las piernas... «Había caído en un lazo por débil, por imbécil.

Me rasgaría las carnes: me abriría con las uñas las mejillas. Cara imbécil, ¿por qué no soy como ella? Hoy estaba muy hermosa. Se le veía la sangre y se le sentía el perfume por debajo de la muselina blanca.

Calma, Simón, que esta es una treta mía y yo lo que me hago. ¡Bien por Tristán! ¡Rompe el arco si es preciso, camarada! vocearon los arqueros. ¿Quién es aquel imbécil que está allí plantado, camino de mi flecha? preguntó Tristán alzando la cabeza y mirando hacia la última pica.

Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil. Se levantó, y el músico, trémulo aún por su indiscreción, dió muestras de igual apresuramiento por terminar la visita. ¿Y Novoa? preguntó el príncipe al llegar á la puerta de la casa . ¿Se ha ido también?... No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo cuando no tenía ocupaciones más urgentes.

Aquel chico inspiraba general simpatía por su franqueza y bondad tanto como por el sello de inocencia que se leía en su rostro. Al único a quien no había caído en gracia era a Tristán, quien solía decir, alzando los hombros con desdén, que era un imbécil.

Cuando se dieron la mano para despedirse, notó Juana en su mirada una singular expresión de inquietud y desconfianza. Apuesto dijo la joven sonriendose que adivino vuestro pensamiento. Veamos. Os preguntáis si no voy yo a decir a mi turno como aquella dama: «¡Adiós, imbécilEs cierto... y en verdad que tendríais razón para hacerlo, pero somos un par de locos.

Ya puedes hacer, amigo, lo que quieras, pero nunca serás más que un imbécil. O un bribón. Nos ha engañado como todos los demás. ¿De quién fiarse, gran Dios, si no se puede contar con un ex presidiario?... Después de esto, le habrán puesto quizás en la puerta. No, aun está en la casa. Entonces aun hay remedio. Yo le hablaré. Hay que jugarse el todo por el todo. ¡Vamos, pues!

Palabra del Dia

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