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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El terror invadió su alma. ¿Dónde estaban sus convicciones, su profesión de fe? Su espíritu hallábase vacío, y no veía nada seguro sobre qué poder apoyarse para no caer en el fondo de aquel abismo negro, espantoso. «Mis convicciones balbuceó, imaginándose que se encontraba ante los jueces . Todo el mundo conoce mis convicciones. Estoy convencido de que...»
Pero en vano esperaban algunos que avanzase una puesta, imaginándose que sólo podía jugar cantidades enormes. Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa de Delille abandonaba su asiento para trasladarse á otra mesa, el príncipe le salía al paso con la mano tendida y una sonrisa juvenil.
Lanzó un gemido lastimero y se apartó de la barandilla, encolerizadísimo, importándole un bledo cuanto sucedía en la calle. ¡Dios mío, cómo gritan! gruñó, imaginándose las bocas muy abiertas, con las muelas no atormentadas por el dolor. A no ser por el que le hacía ver las estrellas, hubiera podido gritar como los demás, quizá más fuerte aún.
Entusiasmóle por completo este pensamiento, que acallaba sus escrúpulos y satisfacía su vanidad, imaginándose ver ya en todos los periódicos de Europa pomposos elogios tributados a la piadosa munificencia de la excelentísima señora condesa de Albornoz.
Luego pensó que Ra-Ra era una reducción de su persona, y esto le hizo encontrar más lógica la conducta de miss Margaret, ó sea de Popito. Pero ¿qué podía hacer él, pobre gigante, para salvarse á sí mismo?... Quedó pensativo, mientras la joven, imaginándose que aún intentaba resistirse á sus ruegos, los repetía con una expresión trágicamente desesperada.
Sentía la nostalgia de lo extraordinario, de lo original; le agitaba el ansia de aventuras de la juventud, y dueño de un distrito heredero de un señorío casi feudal, leía con el respeto supersticioso de un patán, el nombre de un escritor, de un pintor cualquiera; «gente perdida que no tiene sobre qué caerse muerta», según declaraba su madre, pero que él envidiaba en secreto, imaginándose una existencia llena de placeres y aventuras.
Pero ni su voz ni sus ojos justificaron tales sospechas, y Ferragut prefirió no darse por enterado de lo que pasaba. ¿Sabe alguien lo ocurrido? Tòni levantó los hombros. «Nadie...» Se había metido en el vapor, apaciguando al perro de á bordo, que ladraba furiosamente. El hombre de guardia había oído los tiros, imaginándose que eran de una pelea de marineros.
Y así seguía hablando de los trajes y costumbres del tiempo del Imperio, imaginándose que aún subsistía todo y la Francia de hoy era como á principios del siglo. Mientras detallaba sus recuerdos, el maestro y su mujer le oían atentamente, y algunos muchachos, abusando del inesperado asueto, iban alejándose de la barraca atraídos por las ovejas, que huían de ellos como del demonio.
Nadó más de una hora, creyendo a cada rozamiento que el cuerpo de su hijo iba a surgir bajo sus piernas, imaginándose que las sombras de las olas eran el cadáver del niño que flotaba entre dos aguas. Allí se hubiera quedado, allí habría muerto con su hijo. El compadre tuvo que pescarlo y meterlo en la barca como un niño rebelde. ¿Qué hacemos, Antonio?
Con la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho, seguía don Quijote su jornada, imaginándose por la pasada vitoria ser el caballero andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo; daba por acabadas y a felice fin conducidas cuantas aventuras pudiesen sucederle de allí adelante; tenía en poco a los encantos y a los encantadores; no se acordaba de los inumerables palos que en el discurso de sus caballerías le habían dado, ni de la pedrada que le derribó la mitad de los dientes, ni del desagradecimiento de los galeotes, ni del atrevimiento y lluvia de estacas de los yangüeses.
Palabra del Dia
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