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Actualizado: 11 de mayo de 2025
No se conocen allí las mas de las enfermedades que hay en otras partes; solo faltan españoles para poblar y desentrañar tanta riqueza. Nadie debe creer exageracion lo que se refiere, por ser la pura verdad, como que lo anduve y toqué con mis manos. Dicho Silvestre se embarcó para Buenos Aires en los navios de D. José Ibarra, el año de 1714.
Simoun se sonreía. Le estraña á usted, dijo con su sonrisa fría, ¿que ese indio tan mal vestido hable bien el español? Era un maestro de escuela que se empeñó en enseñar el español á los niños y no paró hasta que perdió su destino y fué deportado por perturbador del orden público y por haber sido amigo del desgraciado Ibarra.
Al cabo de buen rato de espera, se entreabrió la puerta del gabinete y escucháronse las frases de cortesía de dos personas que se despiden. La señora que se marchaba cruzó la sala con una hermosa niña de la mano y se fue dando las buenas tardes. El doctor Ibarra asomó la cabeza calva y venerable, diciendo en tono imperativo: El primero de ustedes, señores.
Al salir, le palpitaba el corazón fuertemente, los ojos le relucían, las mejillas se coloreaban, los pies bailaban sobre la escalera con redoble firme y alegre. Es que el doctor Ibarra, el médico más afamado de la corte, un sabio respetado en toda Europa, un semidiós de la ciencia, le acababa de prometer la vida. ¡La vida! Al poner el pie en la calle, la encontró hermosa y amable como nunca.
Por todos lados es necesario levantar mucho la vista para ver el cielo. Estoy metido en una jaula pensó Andrés, en una jaula deliciosa. Sin embargo, hace tiempo que no he respirado tan bien: parece que se me ensancha el pecho y me entra con el aire nueva vida. Después se rió de sus ilusiones, achacándolas a las ideas tan favorables al campo que le había inculcado el doctor Ibarra.
Sin pensar en sí, sin detenerse, dirigióse á la casa y gracias á su traje elegante y á su aire decidido, pudo franquear facilmente la puerta. Mientras estas cortas escenas pasaban en la calle, en el comedor de los dioses mayores, circulaba de mano en mano un pedazo de pergamino donde se leían escritas en tinta roja estas fatídicas palabras: Mane Thecel Phares. Juan Crisóstomo Ibarra
Rosas es ya grande en la campaña de Buenos Aires, pero aun no tiene nombre ni títulos; trabaja, empero; la agita, la subleva. La Constitución dada por el Congreso es rechazada de todos los pueblos en que los caudillos tienen influencia. En Santiago del Estero se presenta el enviado en traje de etiqueta, y lo recibe Ibarra en mangas de camisa y chiripá.
Como no hay letras, no hay opiniones, y como no hay opiniones diversas, La Rioja es una máquina de guerra que irá adonde la lleven. Hasta aquí Facundo nada ha hecho de nuevo, sin embargo; esto era lo mismo que habían hecho el doctor Francia, Ibarra, López y Bustos; lo que habían intentado Güemes y Araoz en el Norte: destruir todo el derecho para hacer valer el suyo propio.
Lo raro anidaba en tu airosa melena de artista, y raras orquídeas poblaban tu austero jardín... En odio implacable a todo lo inicuo y nefario, tu mente inflamaba una arenga del nuevo Brumario o un trozo del "Noli"; adorabas a Ibarra y Danton y amabas lo antiguo. La edad patriarcal y de oro del pristino régulo, tuvo en tu verbo sonoro la clara justeza de amada y distante visión.
Rivadavia rechazó esta propuesta porque era un robo escandaloso, y Facundo se alistó desde entonces entre sus enemigos.» El hecho es cierto, pero no fué éste el motivo. Créese que cedió a las sugestiones de Bustos e Ibarra para oponerse, pero hay un documento que acredita lo contrario.
Palabra del Dia
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