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Actualizado: 17 de octubre de 2025


La tripulación, cinco hombres y un muchacho, cenó después de la maniobra de salida, y una vez rebañado el humeante caldero, en el que hundían su mendrugo con marinera fraternidad desde el patrón al grumete, desaparecieron por la escotilla todos los libres de servicio, para reposar sobre la dura colchoneta, con los vientres hinchados de vino y zumo de sandía.

La muchedumbre, que discurría con estrépito por el vasto prado; el manso río, que atravesaba el valle sin prisa de llegar á su destino, como un viajero que admira la amenidad del sitio; el césped florido, donde los pies se hundían con deleite; los árboles, y las imponentes montañas, que cerraban á corta distancia el horizonte, todo estaba allí colocado por Dios con el objeto exclusivo de ver á Laura.

Poco a poco la figura de Nepomuceno, del odiado y odioso Nepomuceno, había ido creciendo a los ojos de la imaginación espantada de Bonis; sobre todo, las patillas cenicientas, en que el desgraciado veía el símbolo de todas las matemáticas aplicadas a la hacienda, el símbolo de los aborrecibles intereses materiales, del negocio, de la previsión y del ahorro... y la trampa si a mano viene; aquellas patillas habían subido, tocado las nubes, y en el inmenso abismo hundían los lacios hilos grises de sus puntas. ¡Rayo en ellas!

Una espuma burbujeante asomó a las comisuras de los labios, con sordos rugidos. El cuerpo se contraía y dilataba, doblándose como un arco, mientras la cabeza y los pies se hundían en las desordenadas ropas del lecho. Isidro corría como un loco por la habitación. Después abrió la ventana. ¡Socorro!...-gritó . ¡Teodora!... ¡señora Teodora! Nadie le oía.

Pero los antiguos moldes estaban rotos. Todo el mundo y toda la existencia anteriores a aquel estado novísimo se hundían o se disipaban como las tinieblas al salir el sol. Ya no había tía, ni hermanos, ni familia, ni nada, y quien quiera que se le atravesase en su camino era declarado enemigo.

Y si no se prosternaban y hundían su frente en el polvo como aquéllos, por lo menos se ponían colorados hasta las orejas y no acertaban en algunos minutos a colocar la pluma sobre el papel ni prestaban atención a lo que el parroquiano les decía. Mirábanse con señales de pavor y decíanse en voz baja lo que de sobra sabían todos: "¡El duque!" "¡El duque!" "¡El duque!"

El herido, escuchando esto, persistía en su optimismo. «No es nada; no es nada.» Y otra vez volvía a sumergirse dulcemente en el brumoso mar del sopor, un mar inmenso, terso, pesado, en el que se hundían visiones y sensaciones sin ondulación ni huellas. Desde este instante Febrer perdió la noción del tiempo y de la realidad.

Las mujeres, puestas de pie sobre las sillas, miraban con nerviosa curiosidad la nube de humo erizada de relámpagos que se acercaba, dejando tras un ambiente cargado de azufre y voladoras pavesas; y cuando el estruendo llegaba frente a ellas, cubríanse los rostros con los abanicos, hundían la cabeza en el pecho, o sin dejar de reír, llevábanse las manos a los oídos, como si no pudieran resistir el trueno continuo, cuya intensidad subía o bajaba, llegando en algunos instantes, con la violencia de la explosión, a hacer el vacío, dejando sin aire los pulmones.

Casi hundidas las raíces en el agua se veían a trechos espadañas y juncos en muy pobladas matas. Sobre el haz del agua dormida, que no rizaba entonces el más ligero soplo de viento, se extendían la verde lama y las redondas y anchas hojas de nenúfar, cuyas blancas flores se levantaban en el aire tranquilo. Los pies de Poldy se hundían en la hierba que había crecido muy alta.

Empezó á desesperarse... ¡Ay! No encontrarían nunca la sepultura de Julio. Los padres también la buscaron por su lado. Inclinaban sus cabezas dolorosas ante todas las cruces; hundían muchas veces los pies en el montículo largo y estrecho que parecía marcar el bulto del cadáver. Leían los nombres... ¡Tampoco estaba allí! Y seguían adelante por el rudo camino de esperanzas y desalientos.

Palabra del Dia

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