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Actualizado: 17 de octubre de 2025
El gigante vió un edificio bajo, de paredes blancas, con extensas columnatas, jardines y amplias escaleras de mármol que se hundían en el agua azul. Recordó que Flimnap le había hablado de este palacio, construído por los antiguos emperadores para sus baños de mar. Bajo las columnatas había parterres llenos de flores.
Las ruedas se hundían profundamente, en el barro del camino, que corría entre las marchitas hierbas del lodazal, y el agua saltaba a cada instante hasta la caja del coche. El que lo conducía poco se preocupaba del paisaje que lo rodeaba: sumido en sus pensamientos, permanecía sumido en su rincón, y sólo se enderezaba a ratos, cuando las riendas amenazaban escaparse de sus manos indolentes.
Llevábamos además dos ametralladoras, al mando del capitán Fernández, y dos piezas de artillería de montaña, á cargo del capitán Chomat, y los tenientes Pereda y Acosta. La marcha fué penosísima, pues los caminos, reblandecidos por la incesante lluvia, estaban intransitables, y en muchos parajes las mulas de la artillería se hundían en el fango hasta las barrigueras.
Y señalaba a algunos emigrantes que contemplaban el Océano con aire pensativo, como figuras sacerdotales de hierática majestad, envueltos en luengas vestiduras, mientras sus dedos ganchudos se paseaban por las barbas, se hundían bajo el gorro de piel o avanzaban entre los pliegues y repliegues del pecho.
Antiguas decoraciones de teatro, lienzos gruesos con manchas de color en las que se columbraban restos de palacios y frondosos bosques, servían de cortinas y tabiques a estas tiendas de la miseria. El suelo era de guijarros desiguales, que de trecho en trecho se hundían en el fango, desapareciendo bajo los arroyos de agua negra y hedionda.
La tierra cantaba de alegría con un goloso glu-glu que les llegaba al corazón á todos ellos. «¡Bebe, bebe, pobrecita!» Y hundían sus pies en el barro, yendo encorvados de un lado á otro del campo, para ver si el agua llegaba á todas partes.
Harto penoso érale volver a pasar bajo los arcos sucesivos del antiguo torreón almenado que guarnece la cabecera. Sus piernas se hundían en una ola brusca de cabras o de carneros; aquí un borrico le estropeaba la bota con la pezuña, allí una vaquera de la sagra le apartaba de un manotón.
Palabra del Dia
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