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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Después de los postres, don Guillén se sirvió una copita de coñac y fustigó la conversación hasta ponerla en un aire de alacridad y humorismo. Era un hombre tan ingenioso como inteligente. Al despedirnos me dijo: Estos días no asistiré a la mesa redonda. ¿Quiere usted que comamos juntos, aquí, en mi cuarto? Lo que le va a envidiar a usted doña Emerenciana....
Tú lo has de ver. ¿Cómo que lo he de ver? Vaya, que tienes unas cosas... Mauricia se echó a reír con aquel desparpajo que a su amiga le parecía el humorismo de un hermoso y tentador demonio. En medio de la infernal risa, brotaba esta frase que a Fortunata le ponía los pelos de punta: «¿Te lo digo?... ¿te lo digo?». ¿Pero qué? Se miraron ambas.
Como en estas reuniones de imponderable confianza se vivía en perpetuo comercio de malas intenciones, de malicias y de travesuras de lenguaje, el natural ingenio de la marquesa adquirió gran desarrollo, y su bien acreditado humorismo se empapó en nuevos y más picantes jugos.
Y más extraño aún que lo hiciera ordinariamente para decir pestes de Andalucía, y en especial de Sevilla. Siempre se sentaba a la mesa furioso, según pude observar en los días sucesivos. Generalmente su mal humor principiaba adoptando la forma irónica. Abría extraordinariamente las vocales y cerraba los ojos y alargaba los labios para dar realce gracioso a su humorismo.
En efecto, el señor Tibet, dotado por naturaleza de ingenioso humorismo y excitado además por los brillantes ojos de las muchachas Jonnes, se portó de una manera tal, que atrajo las serias miradas de don Carlos Tomás, quien se le acercó, diciendo casi al oído: Parece que se siente usted malo, señor Tibet; permítame que le conduzca a su carruaje.
Hay que perdonarla replicó Maxi con humorismo , porque no sabe lo que se hace... Y si la fuéramos a condenar, ¿quién le tiraría la primera piedra? Vamos ahora a los pericos, que ya están alborotados. «La lógica exige su muerte pensaba Rubín colgando cuidadosamente una jaula en que había muchos nidos . Si siguiera viviendo, no se cumpliría la ley de la razón».
Don Acisclo, esparciendo el humorismo a un lado y a otro, y con él un vivo deseo de venganza en los pechos de los pollastres a quienes maltrataba. Lo único que me interesaba un poco eran los amores del presbítero don Alejandro con su discípula. A pesar de la vigilancia exquisita de Pepita, se los veía tan pronto en un rincón como en otro, cuchicheando lo mismo que en el confesonario.
Cuanto más hacía para reprimir el influjo de sus carcajadas, con más ímpetu salían a su boca fresca y húmeda. Indudablemente, en las frases, en la apariencia vulgares y hasta estúpidas de los pollos, debe de existir un fondo de humorismo tan profundo como vivo, que sólo las jóvenes de quince a veinte años son capaces de recoger y gustar.
Pero fuerza es reconocer del Naturalismo que acá volvía como una corriente circular parecida al gulf stream, traía más calor y menos delicadeza y gracia. El nuestro, la corriente inicial, encarnaba la realidad en el cuerpo y rostro de un humorismo que era quizás la forma más genial de nuestra raza.
Marcelo Valdés, dejándose llevar por su brillante imaginación de novelista, había zurcido y fraguado luego toda su «novela de malas costumbres», alrededor de las tres personalidades de monsieur Jaccotot, su mujer y su hija. La trilogía era completa: Monsieur, Madame et Bébé! Con verdadero ingenio, su ensayo no carecía de gracia y humorismo.
Palabra del Dia
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