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Lo mas notable en ellos son las puertas, y algunas torres desviadas de la cerca, y unidas á ella con pasadizos, que los árabes solian construir en vez de baluartes para señorear mejor la muralla, y que luego construyeron tambien los cristianos . Son principalmente dignas de observarse, la puerta de Sevilla por la elegancia de su labor almohadillada; la de Almodovar por lo bien que se marca en ella la diferencia entre la obra morisca y la renovacion hecha despues en la parte alta del muro; la puerta del Osario, obra de la reconquista, edificada segun la manera comun de la edad media con dos robustas torres que la flanquean; la puerta de Colodro, célebre no como obra del arte, sino por haberle dado su nombre el valiente almogavar que con Benito Baños escaló el muro de la Ajarquía dando ocasion á que ganaran esta parte de la ciudad las huestes de S. Fernando; la de la Misericordia, llamada antes puerta Escusada por cierto dicho oportuno del rey moro que perdió á Córdoba, conservado por la tradicion ; la del Sol, antes puerta de Martos, y en tiempo de romanos puerta Piscatoria, famosa por haber sido la primera que se abrió al adalid Domingo Muñoz y á los capitanes Argote y Tafur, en aquella noche oscura y lluviosa en que los dos terribles almogavares nombrados, y otros bravos, precedidos de sus guias, iban recorriendo en silencio como indignadas sombras toda la muralla oriental, sus torres y puertas, degollando á los centinelas y guardias muzlemitas . Finalmente la puerta del Puente, que se cree diseñada por el célebre Juan de Herrera, y que indudablemente lleva el sello de su escuela en la severidad y buenas proporciones de sus cuatro columnas dóricas y de su cornisamento.

Mandó a Pepe que colocara en la pared una carta geográfica de toda la parte superior de España y, a cada parte de la Gaceta, a cada nueva de lo que ocurría en los campos de batalla, iba marcando los lugares ganados o perdidos por los soldados del ejército liberal o las huestes del Pretendiente, con lo cual Tirso hallaba justificado motivo para comentar noticias, atenuar triunfos y exagerar derrotas, según quien salía victorioso.

Porque resulta que los gobiernos al uso, ya porque se les defiende, ya porque no se les pegue con mucha fuerza, lo mismo necesitan ser rumbosos con sus huestes que con las enemigas. Lo que nunca vió bien claro don Simón fué lo repugnante del papel que él mismo desempeñaba entre aquellos hombres, de cuya conducta, y con razón, se escandalizaba.

En los reinados de Carlos V y de Felipe II, ¡cuánto mejor aprovechamiento tuvieran sus juveniles energías, al frente de los tercios de Flandes y de Italia, o de las huestes conquistadoras de las Indias! ¡Felices tiempos aquellos en que el sol no se ponía nunca en los dominios del Rey Católico!

Pocas de estas visitas a aquellas verdaderas casas de contratación necesitó para conocer el ingrediente con que se adherían de una manera tan tenaz las huestes ministeriales al poder.

Tippoo, sultán de Misor, se había empeñado en convertir al islamismo á todos los indostaníes y en dilatar su imperio hasta el Cabo Comorín, á donde nunca habían penetrado las huestes de otros conquistadores musulmanes. La horrible devastación del floreciente reino de Travancor, en las barbas de los ingleses, fué la consecuencia de la ambición y del celo muslímico del sultán mencionado.

Nadie hacía caso del murmurador. «Milagro lo había, pero lo había hecho el Magistral». Ya nadie dudaba esto. «Era un gran hombre, había que reconocerlo». Doña Paula, por medio del Chato y otros ayudantes, doña Petronila, su cónclave, Ripamilán, el mismo Obispo, que había abrazado al Magistral en la catedral poco después de bendecir las palmas, todos estos, y otros muchos, eran propagandistas entusiastas de la gloria reciente, fresca de don Fermín, de su triunfo palmario sobre las huestes de Satán.

Poniéndose a las órdenes de Juan Silveira, que mandaba en Cananor, Miguel de Zuheros fue a Ceilán a combatir y a escarmentar al mencionado rey; en varios encuentros que tuvo con sus huestes alcanzó siempre la victoria y contribuyó no poco a que cansados de luchar por una y otra parte, se sentasen paces de nuevo.

Cuando las huestes de Rosas Pisaron de Oriente el suelo, Al toque de la corneta Seis mil bravos acudieron: A su cabeza se vió Al héroe antiguo de Haedo, Acaudillando los bravos Que de la patria en el seno Heróicos se levantaron En sosten de sus derechos.

Por el S. constituyen su barrera una serie de pequeñas islas que forman los Archipiélagos de Joló y Tauitaui, grupos insignificantes por su extensión territorial, pero el más poderoso baluarte, desde el cual las feroces y piráticas huestes mahometanas han sembrado la desolación y la ruina de aquellas costas, las más ricas del Archipiélago, llevándolo todo á sangre y fuego, esclavizando á los hombres robustos, violando á las doncellas y dando muerte cruel al anciano, cuyos músculos no fuesen capaces de soportar la dura faena del remo.