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Nadie hacía caso del murmurador. «Milagro lo había, pero lo había hecho el Magistral». Ya nadie dudaba esto. «Era un gran hombre, había que reconocerlo». Doña Paula, por medio del Chato y otros ayudantes, doña Petronila, su cónclave, Ripamilán, el mismo Obispo, que había abrazado al Magistral en la catedral poco después de bendecir las palmas, todos estos, y otros muchos, eran propagandistas entusiastas de la gloria reciente, fresca de don Fermín, de su triunfo palmario sobre las huestes de Satán.

Con tradiciones guerreras, con un pueblo habituado a la lucha constante, para el que los combates, como para los viejos germanos, tienen atractivos irresistibles, sosteniendo causas consagradas por un derecho palmario, hemos sabido acallar los enérgicos ímpetus del patriotismo entusiasta, para encerrarnos y perseverar en una política correcta y prudente que al fin, honorablemente, nos ha dada la más grande de las victorias que puede alcanzar un pueblo americano: la paz.

Vuelto al taller, intentó maquinalmente el pintor reanudar su trabajo, pero la voluntad lo abandonaba; nublada la vista, inerte la mano, puso con desaliento sobre la próxima mesa paleta y pinceles, y sentándose sobre el borde de aquélla dióse a cavilar... ... Calvat es un miserable... un alma degradada por los desórdenes y la pereza... capaz de todo por satisfacer sus envidias y sus odios... detestaba a Beatriz... siempre la había perseguido con su sorda malevolencia... ahora ya incidía en la calumnia abierta... Esto era palmario... Pero Jacques se decía al mismo tiempo que su mujer, de la cual continuaba tan apasionado cual en el día mismo de sus nupcias, no cesó nunca de manifestar hacia él frialdades de hielo, marmóreas resistencias... Esas frialdades radicaban sin duda en su íntima complexión... mas... Y entonces las pérfidas insinuaciones de la señora de Montauron venían a clavar sus dientes de acero en el alma del desventurado artista. ¡Qué de veces creyó él descubrir en su altiva consorte, esos sentimientos de desdén, de disgusto, de enojo, de arrepentimiento, de que le hablara en cierta conversación memorable la difunta baronesa!... Y esa idea de que Beatriz no lo amaba era para el pintor una tortura dantesca, sólo un momento ahogada en el febril trabajar... Pero, en fin, porque amase más o menos a su marido no dejaba de ser Beatriz quien Beatriz era... ¡Beatriz!... esa casta y altanera criatura a quien él vio sufrir con tanta nobleza su infortunio, a quien él vio rechazar con virtud tanta los protervos consejos, las falaces tentaciones de la suerte adversa... ¡Oh, , no había duda! si a él no lo amaba, el honor y el deber eran para ella un culto, y de esos dioses jamás renegaría... Cierto que su simpatía por Pierrepont era manifiesta y evidente, pero, ¿la inocencia de esa propensión no la proclamaba suficientemente esa misma tácita publicidad de que Beatriz la revestía? ¿no se explicaba, sin esfuerzo alguno, por afinidades de nacimiento y de educación, de tradiciones de familia y comunes recuerdos?... ¿El mismo marqués no era citado como viviente símbolo de la más caballeresca lealtad?... ¿Cómo, entonces, infamar a los dos con la sospecha de una duplicidad tan abominable, de una traición tan baja?... y eso por las imputaciones de un ser como Calvat, bajo la fe de una delación que tenía todas las viles apariencias de cualquier carta anónima... Porque las palabras que Calvat tuvo la villanía de poner en labios de Marcelita, Jacques estaba seguro de que la niña jamás las pronunció... y ese indigno Gustavo había contado de antemano con la impunidad, convencido; cual se hallaba, de que Fabrice nunca interrogaría a su hija acerca de tan difíciles capítulos.

Borraron la impresión de este incidente los atildados e insubstanciales brindis que le siguieron de los presidentes de ambas Cámaras. Los dos graves señores, ajustándose estrictamente al carácter y al motivo palmario de la fiesta, consagraron lo principal de sus discursos a mayor honra y gloria del festejante, y lo accesorio, vago e incoloro, a la política.