Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 18 de noviembre de 2025
Es imposible se repetía, queriendo convencerse a toda costa, que un ser inteligente como Huberto, no prefiera el hombre formado por su propio mérito al «inútil,» cuyo único bagaje consiste en una línea de abuelos o bien de una serie de herencias sucesivas.
Ella confesaba haber tenido placer en bailar con Huberto Martholl... Los celos nacientes envenenaban las deducciones de Juan: estrechada tres veces por aquel Huberto Martholl, María Teresa lo prefería a todos los demás... Para que esto sucediese ¿qué le habría dicho ese hombre? ¿Qué encanto misterioso había ejercido sobre ella? ¡Ah¡ el sonido melodioso de su querida voz martillaba el alma de Juan, martirizándolo, enloqueciéndolo hasta el punto de hacerle transformar las simples palabras: «Lo prefiero a todos los demás, porque baila admirablemente el boston,» en una ardiente confesión de amor.
La asiduidad que había demostrado durante los meses transcurridos, su empeño en obtener de ella palabras alentadoras, todo revelaba el proyecto que perseguía. Se interrogó. ¿Le gustaba? ¡Ah, sí! Huberto era elegante, distinguido, diestro en todos los sports.
Cuando se hubo vestido subió a la terraza del Casino para pasearse; Huberto se aproximó a ella y le dijo: ¿Me permite usted quedarme un momento a su lado? La he visto venir desde lejos; para mí es un placer verla caminar. Son muy pocas las mujeres que saben moverse con gracia; es un verdadero signo de raza.
En ese momento se abrió la puerta del salón y Juan entró. Bruscamente, tuvo bajo sus ojos este grupo: María Teresa, al lado de su prometido, sentados en un sillón, e inclinada hacia él, en tanto que Huberto estrechaba en su mano la mano de la joven. El pobre Juan tembló, pero por un esfuerzo de voluntad se dominó; ¿no era aquél un espectáculo al que debía habituarse?
Las parientas de la señora Aubry se retiraban, algo azoradas, por la llegada de algunas jóvenes, cuyas toilettes elegantes personificaban, a sus ojos de provincianas tímidas, la temible insolencia del lujo parisiense. Las recién llegadas, Mabel d'Ornay, la señora de Blandieres y sus hijas, manifestaron gran regocijo al ver a Huberto. ¡Qué feliz encuentro, señor Martholl!
Un día que su hijo venía de la calle Vaugirard trayendo muy malas noticias, le dijo: Mi querido Huberto, hay que acabar y no eternizarnos en esta situación. Si no te decides a solucionar las cosas, podemos ser sorprendidos por los acontecimientos y vernos en la imposibilidad de esquivarnos. Mientras más esperes, más difícil será eludir las responsabilidades que te amenazan.
Pero Diana no procedía con el mismo tacto y abrumaba a su prima con alusiones más o menos veladas sobre los obsequios siempre excesivos de Huberto Martholl. Estos temas de conversación eran dolorosos para Juan, y le aumentaban el deseo que tenía de huir de Pervenches. La ocasión que buscaba se presentó en breve. Un día, paseando, habló con entusiasmo a Bertrán, de la Alemania y de la Selva Negra.
Huberto miró varias veces hacia atrás, como atraído por el fluido de las miradas de María Teresa; después, su silueta se desvaneció, lejana, entre el polvo del camino y los últimos reflejos de una aglomeración de nubes blancas. Cuando el joven hubo desaparecido, María Teresa cerró los ojos un instante. No lo veía ya, pero conservaba su imagen.
Alicia, estupefacta al oír esta nueva, no encontró nada que decir. Cuando María Teresa y Huberto quedaron solos, se miraron, estupefactos a su vez. En él, pronto estalló un sentimiento de triunfo; en ella, una turbación infinita. Gracias a la intervención de aquella extraña Alicia, María Teresa acababa de comprometer su palabra. ¿Por qué tan ligeramente?
Palabra del Dia
Otros Mirando