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Actualizado: 18 de julio de 2025
El proyecto fue aceptado, y el desgraciado Juan que no podía eludir este programa improvisado, tuvo que resignarse a ver exasperarse su suplicio. María Teresa se había divertido mucho en el curso de su paseo accidentado. Huberto no se había separado de ella un momento.
Comprendo cuánto sufre mi padre; estoy segura que por nosotros, se desespera al ver su fortuna quebrantada. ¡Dios mío! ¡qué importa el dinero! ¡Creo que yo me pasaría fácilmente sin él, con tal de conservar a mi lado a los que amo!... Es todo lo que deseo... Obligado por la nueva actitud que se había impuesto, Huberto permaneció frío.
El alma fuerte y recta de María Teresa la hacía prudente, aunque estuviese bajo la influencia sugestiva de Huberto, y si inconscientemente prolongaba el misterio de su decisión, era para estudiar a aquel futuro novio y no exponerse a entregar a un ser indigno la hermosa y noble ternura que los corazones apasionados transforman en perdurable amor.
Huberto no sería jamás un hombre de casa, capaz de comprender estos íntimos placeres. ¡Y ella habría deseado imitar a sus padres que eran tan felices en su inalterable comunidad! El señor y la señora Aubry envejecían juntos, en una ternura recíproca que los años no debilitaban. Su ejemplo probaba a María Teresa que no se engañaba ambicionando los goces de la familia.
La solicitud de esta última no se refería exclusivamente a la salud del señor Aubry; existía otro asunto que picaba su curiosidad. Un día, no pudiendo contenerse más, Diana preguntó: ¿Qué se hace tu Huberto? No se le ve ya por aquí. María Teresa, confusa, se limitó a responder evasivamente: Probablemente viene a otras horas que tú, lo cual explica que no lo encuentres.
Se alarmó de la tempestad que rugía dentro de él, simplemente contra aquella silueta importuna. ¿Cómo haría para asistir en lo sucesivo a toda una serie de incidentes de los cuales éste no era más que el preludio, desde que María Teresa y Huberto no eran novios aún? No, ¿cómo permanecería impasible, mientras todo su ser gemiría de dolor?
Usted sabe bien por qué espero bailar con usted sola esta noche... Y mientras hablaba, con una presión suave de su brazo, sobre el cual se apoyaba la mano de la joven, la atrajo hacia él. María Teresa, turbada, trató de separarse un poco. Huberto continuó: ¿Quiere usted que la lleve donde están sus amigas?
¡Si yo pudiera creer que al otorgarme este favor, usted se muestra bien dispuesta a acceder a mi petición! murmuró Huberto apoyando sus labios sobre la fina mano que la joven le tendía para darle un adiós definitivo.
En el jardín, Diana volvió a dar bromas a Huberto sobre su deserción: Alicia de Blandieres le haría pagar caro semejante proceder. La señorita de Gardanne preveía complacientemente todo el trabajo que tendría en hacerse perdonar por su amiga cuando Huberto la encontrase en sociedad.
Huberto Martholl caminaba pensativo al lado de María Teresa, a quien había despojado de su raqueta y de su abrigo. Al llegar a la playa quedaron deslumbrados por un fulgor dorado. El sol se sumergía en las aguas como triunfador, en una decoración de púrpura y oro. María Teresa se sentó sobre una piedra. Era su hora favorita.
Palabra del Dia
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