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¡Algunas empanadas de hostería de esas que no se digieren! exclamó Montiño con desprecio y picado en su calidad de cocinero. ¡Yo daré de almorzar á vuestro sobrino pechugas de ángeles! ¡Ah, ah!... ¡vos tenéis á vuestra disposición pechugas de ángeles!... Pero es el caso que yo necesito á mi sobrino, aunque sólo puedo darle pechugas de ánade.

»Por el alquiler de una cama con colchones de pluma, sábanas de holanda y repostero de damasco, mantas y demás, cinco ducados. »Por ídem de doce sillas, un sillón, una mesa, un candelero de plata y una alfombra, seis ducados. »Por una comida traída de la hostería de los Tudescos, ocho ducados. »Por una cena de ídem, cuatro ducados. »Por un almuerzo de ídem, cuatro ducados.

¿Así, con este traje de viaje, pobre y enlodado, y tan resplandeciente, reina de mi vida? ¡Y qué importa! me basta con tu hermosura. Estoy segura de que me van á tener envidia... mi litera es grande, cabemos los dos, ven. Y Dorotea se llevó de su casa á Juan Montiño como robado. Montiño se había quedado aturdido en la hostería de Ciervo Azul, después de la salida de Quevedo.

Renovaron Pisano y su hija las demostraciones de gratitud, prometieron los escuderos repetir tan grata visita y habiendo cesado la lluvia, se dirigieron éstos de la calle del Rey, donde vivía el artista italiano, á la de los Apóstoles, en cuya esquina ostentaba su muestra la Hostería de la Media Luna.

Vamos, buenos mozos dijo uno de la hostería que traía sobre las dos manos una enorme cazuela ; aquí tenéis tres conejos en vinagrillo con sus correspondientes cabezas, y voy á traeros, según orden superior, ocho botellas de vino que hace seis años que está á obscuras.

En Aiguillón, á donde llegaron aquella noche, los esperaban el barón de Morel y el risueño Gualtero, cómodamente instalados en la hostería del Bâton Rouge. El noble inglés sostenía interesante coloquio con un afamado caballero del Poitou, Gastón de Estela, que acababa de llegar de Lituania, donde había servido con los caballeros teutones á las órdenes del gran maestre de Marienberga.

¡Ah, ah! dijo Quevedo , me había olvidado de que sois el rey de los cocineros y de los reposteros. Efectivamente, es necesario todo el apetito que yo tengo para tragar este engrudo. ¿Dónde me habéis traído? A la Hostería del Ciervo Azul. ¡A la hostería del Ciervo! exclamó con espanto Montiño . ¿Qué habéis querido darme á entender con eso? ¡Yo!

Sin tener otra cosa que decir á vuecencia, quedo rogando á Dios guarde su preciosa vida. Misericordia, abadesa de las Descalzas RealesAhora comprenderán nuestros lectores que, al leer esta carta Quevedo en la hostería del Ciervo Azul, la retuviese, saliese bruscamente y dejase atónito y trastornado al cocinero mayor.

Descuidad, Simón, seré prudente. No busques el peligro, mon petit, y espera á tener la muñeca algo más sólida. Oye; esta noche nos reuniremos algunos amigos en la Rosa de Aquitania, á dos puertas de tu hostería de la Media Luna, y si quieres vaciar un vaso en compañía de simples arqueros ¡bienvenido!