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Actualizado: 18 de julio de 2025
¿Así, con este traje de viaje, pobre y enlodado, y tú tan resplandeciente, reina de mi vida? ¡Y qué importa! me basta con tu hermosura. Estoy segura de que me van á tener envidia... mi litera es grande, cabemos los dos, ven. Y Dorotea se llevó de su casa á Juan Montiño como robado. Montiño se había quedado aturdido en la hostería de Ciervo Azul, después de la salida de Quevedo.
Llovía, y el criado que hasta allí había conducido la litera, abrió un enorme paraguas, y luego la portezuela; Dorotea salió, y cubierta con el paraguas, salvó de un salto, sobre las puntas de los pies, y la ancha falda recogida con suma coquetería, el espacio enlodado de la entrada, y ganó la parte seca del interior.
Cuando me quedé sola, retirada en mi dormitorio, leí aquel memorial; en él don Rodrigo manifestaba de la manera más clara, y con la indignación más profunda, el estado en que se encontraban el rey y España, dominado el uno por el favorito, mancillada, desangrada, robada por el favorito la otra; el golpe que pensaba darse á los moriscos, las descabelladas empresas contra Inglaterra, el descuido con que se veía venir á la Liga contra España sin conjurarla; los cohechos, el robo, la malversación de las rentas reales, la depreciación de la moneda, la corrupción de la justicia, los más altos oficios del reino en la familia de Lerma; su tío, inquisidor general; su hijo, gentil hombre del príncipe... sus hechuras puestas como espías alrededor del trono; cerrado al vasallo el camino hasta el rey, todo dominado, todo usado en provecho propio, convertido el clero por su interés al interés del favorito; alejados de España los buenos españoles; todo vendido, todo profanado, todo enlodado; cuantas miserias, en fin, cuantas infamias, cuantas traiciones puedan suponerse de un hombre; y todo esto robustecido con pruebas, aunque yo no las necesitaba porque harto bien conozco por mí misma á Lerma; todas estas pruebas expuestas con claridad, con nobleza, con desinterés, con lealtad, como conviene á un buen vasallo; don Rodrigo logró interesarme con su memorial, no sólo porque creí ver en él al hombre de honor interesado por su rey y por su patria, sino porque en él también vi al profundo hombre de Estado. ¿Pero á qué cansarme inútilmente? dijo la reina levantándose, yendo á un secreter, tomando de él un papel y dándosele á doña Clara : he aquí el memorial de don Rodrigo.
Os habéis enlodado; id á mudaros á vuestra casa. Allí encontraréis á Juan Montiño... id con él acompañada á la comedia. ¡A la comedia! ¡Trabajar, fingir, con el corazón lleno de lágrimas! ¡y mostrarme serena y reir! Esa es la vida: sed una vez cómica... aprended á serlo, qué os importa. Este es vuestro manto... cubríos bien, hija. Este mi ferreruelo. ¿Os habéis cubierto? Sí.
Había enlodado en un segundo el amor más puro que hombre alguno haya sentido sobre sí, y acababa de perder con Inés la irreencontrable felicidad de poseer a quien nos ama entrañablemente. Desesperado, humillado, crucé por delante de la puerta, y la vi echada en el sofá, sollozando el alma entera sobre sus brazos. ¡Inés! ¡Perdida ya!
15 Yo cosí saco sobre mi piel, y cargué mi cabeza de polvo. 16 Mi rostro está enlodado con lloro, y mis párpados entenebrecidos; 17 a pesar de no haber iniquidad en mis manos, y de haber sido limpia mi oración. 18 ¡Oh tierra! 19 Por cierto aún ahora en los cielos está mi testigo, y mi testigo en las alturas. 20 Mis disputadores son mis amigos; mas a Dios destilarán mis ojos.
Palabra del Dia
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