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gustaré dijo el Corregidor ; y sálgase Costancica allá fuera, y prométase de lo que de su mismo padre pudiera prometerse; que su mucha honestidad y hermosura obligan a que todos los que la vieren se ofrezcan a su servicio.

Una filosofía de la conducta, que halla su término en lo mediocre de la honestidad, en la utilidad de la prudencia, de cuyo seno no surgirán jamás ni la santidad ni el heroísmo, y que sólo apta para prestar a la conciencia, en los caminos normales de la vida, el apoyo del bastón del manzano con que marchaba habitualmente su propagador, no es más que un leño frágil cuando se trata de subir las altas pendientes.

Pero, don Elías, ¿es cierto eso de que ha hablado con hombres? exclamó Paz con una solemnidad arquiepiscopal, que era en ella muy frecuente. ¿Pero qué basilisco es ese? ... Mas no importa. Ya la enmendaremos nosotras. Ya la enseñaremos á portarse como una mujer de bien.... ¡Ay! la honestidad está por los suelos. ¡Qué siglo!

Suficiente desengaño es éste para que os retiréis en los límites de vuestra honestidad, pues nadie se puede obligar a lo imposible.

No creo yo que sea posible ir más allá de donde, no si por mi ventura o mi desdicha, reconocida; obligada y enamorada me siento; y no extrañéis que esto delante de esta doncella aquí presente os diga, que ella es mujer, y sabe, o si no lo sabe lo barrunta, los rendimientos de amor a que puede llegar una mujer enamorada, no embargante la honestidad y la honra, que prendas preciosas son estas del alma, y no pueden perderse sin que antes se pierda el temor de Dios.

En el discurso de la cena preguntó don Juan a don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso: si se había casado, si estaba parida o preñada, o si, estando en su entereza, se acordaba -guardando su honestidad y buen decoro- de los amorosos pensamientos del señor don Quijote.

Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa estaba dél enamorada, y que la honestidad la forzaba a tener secreta su voluntad; temió no le rindiese, y propuso en su pensamiento el no dejarse vencer; y, encomendándose de todo buen ánimo y buen talante a su señora Dulcinea del Toboso, determinó de escuchar la música; y, para dar a entender que allí estaba, dio un fingido estornudo, de que no poco se alegraron las doncellas, que otra cosa no deseaban sino que don Quijote las oyese.

Soy avarienta, porque poseo cuantiosos bienes y no hago las obras de caridad que debiera hacer; soy soberbia, porque he despreciado a muchos hombres, no por virtud, no por honestidad, sino porque no los hallaba acreedores a mi cariño. Dios me ha castigado; Dios ha permitido que ese tercer enemigo, de que Vd. habla, se apodere de .

La honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos y servicios de los importunos amantes, porque quizá, y aun sin quizá, no tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por mesma atropellar y pasar por aquellos embarazos, y es necesario quitárselos y ponerle delante la limpieza de la virtud y la belleza que encierra en la buena fama.

Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo.