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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Más felices que las demás, las que espurriaban la hoja, sentadas a la turca en el suelo, con un montón de tabaco delante, tenían el puchero de agua en la diestra, y al rociar, muy hinchadas de carrillos, el Virginia, las consolaba un aura de frescura.
Algunas viejas se habían apoderado de la alacena, y á cada momento preparaban grandes vasos de agua con vino y azúcar, ofreciéndolos á Teresa y á su hija para que llorasen con más «desahogo». Y cuando las pobres, hinchadas ya por esta inundación azucarada, se negaban á beber, las oficiosas comadres iban por turno echándose al gaznate los refrescos, pues también necesitaban que les pasase el disgusto.
Qué curioso mareo... pensó el contador y lo peor es... Al levantarse e intentar dar un paso, se había visto obligado a caer de nuevo sobre el tronco. ¡Sentía su cuerpo de plomo, sobre todo las piernas, como si estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las manos le hormigueaban.
Sentí la vida en mis hinchadas venas cual lava ardiente discurrir de nuevo, y esperanzas, y dichas, y temores germinar en mi oscuro pensamiento; aspiré de la dulce primavera áuras y aromas en el triste invierno; la existencia encontré fácil y hermosa y de morir me abandonó el anhelo; me sentí renacer cuando ya estaba para el amor y la esperanza muerto, bajo la enorme losa de la tumba que levanté para mi amor primero.
JARIFA. Con la salud que me dais, Dando vida a la que es mía. NARV. ¿Cómo va de las heridas? ABIND. Un poco las tengo hinchadas. NARV. Aquí os serán bien curadas De quien os diera mil vidas. Sale ZORAIDE y su gente. ZORAID. Digo que tengo de entrar. NARV. ¿Qué alboroto es ése? ZORAID. ¡Afuera! Si en tu casa no estuviera... NARV. Vuelve la espada a envainar, Y di quién eres.
Una noche dormitaba Eufemia en el gabinete de su ama, dando cabezadas contra la pared, cuando tuvo que despertar sobresaltada por un golpe que sintió en un hombro; era la mano de Emma, que la llamaba; estaba la señorita en camisa, pálida como nunca, su respiración era anhelante, las narices se la ponían hinchadas, abriéndose como fuelles. ¿Qué hora es? preguntó con voz ronca.
Entre la salida del hospital y el nuevo combate que les esperaba en las trincheras del Norte, estos guerreros venidos de lejanos países de sol para pelear y morir buscaban el poderoso consuelo de la mujer. Sus brazos impacientes se llevaban con un tirón de fiera las hembras esqueléticas y macabras y las que aparecían hinchadas por una falsa robustez, producto de malos humores.
Esa noche, cuando nos acostábamos, oímos que Inés decía a mamá: ¡Qué extraño!... Tengo las cejas hinchadas. Mamá examinó seguramente las cejas de tía, pues después de un rato contestó: Es cierto... ¿No sientes nada? No... sueño.
Quevedo había hecho llegar, valiéndose de frases hinchadas y misteriosas para obligar á los ciados, una carta al duque de Lerma, una carta que sólo contenía estos tres renglones: «Excelentísimo señor: Tengo en mis manos el cuchillo que puede cortaros la cabeza; pero yo os daré este cuchillo si me dais licencia para hablaros. Francisco de Quevedo.»
Ahora se verá si soy mujer de gobierno. Principio quieren las cosas... Señor don José añadió en el tono especial de las cuentas galanas , desde hoy en adelante trabajaré. Si es lo que yo te vengo diciendo desde hace tres años, hija replicó el anciano con las narices hinchadas por esa satisfacción vanidosa que acompaña a las ideas felices ¡Si es mi tema! Tú tienes grandes habilidades.
Palabra del Dia
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