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Enrique llega á España mientras tanto, y se casa con Isabel, hija del conde de Barcelona. Han transcurrido muchos años desde que abandonó la Irlanda; el deseo de ver de nuevo á su patria no lo deja sosegar, y al fin se encamina á ella con su esposa é hijos. Apenas sabe el Rey su llegada, lo invita á verlo, y le dice: REY.

Reconozco humildemente la superioridad de su mérito de usted, de su carácter y de sus sentimientos, y ya sabe usted que mi misma madre los ha reconocido muchas veces. Así, pues, no podrá menos de aprobar mi elección y acoger a usted como a una hija predilecta, digna hermana de nuestra Blanca que tanto quiere a usted.

Fuerte había sido para él la decepción; pero no pensó en contrariar a su hija, y mucho menos conociendo mi amor. Era franco, leal, sensato e incapaz de encapricharse en una idea, sobre todo, comprometiendo la felicidad de una sobrina. Pablo soportó su desgracia con gran serenidad.

Y acabó por desplomarse de bruces, con gran estrépito de botellas y copas que le siguieron en su caída, como si el vino quisiera mezclarse con la sangre. Tres meses iban transcurridos desde que el señor Fermín abandonó la viña de Marchamalo, y sus amigos apenas si le reconocían, viéndole sentado al sol, en la puerta de la miserable casucha que habitaba con su hija en un arrabal de Jerez.

¿No le habéis dicho que Elena es hija de un oficial de húsares y que fué robada a una nodriza cerca de Bruselas? ¡Qué pregunta! A Dios gracias, no se me escapó una palabra a ese respecto. ¡Qué impavidez y qué osadía! Pero la denegación es inútil. Habéis querido vengaros de y le habéis dicho a Marta que la niña fué conducida al castillo sin que vos lo supierais.

La tía había intentado defenderse, alegando que era vocación de su hija y que su conciencia no le permitía contrariarla; pero el conde la atajó con energía, manifestando que para creer en esa vocación era menester demostrarla. Mira, chica, sácala del convento; pero no para encerrármela en casa, como la otra vez. Que vea el mundo, que entre en sociedad, que asista a teatros, paseos y tertulias.

Y Lidia... Al verla otra vez había sentido un brusco golpe de deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida. Ante el tratado comercial que le ofrecían, se echó en brazos de aquella rara conquista que le deparaba el destino. ¿No sabes, Lidia? prorrumpió alborozada, al volver su hija Octavio nos invita a pasar una temporada en su establecimiento. ¿Qué te parece?

Sólo os pido una cosa... que venga el señor Magistral. Quiero que me oiga en confesión el señor De Pas; necesito que me oiga, y que me perdone. Agapita lloró sobre el pecho flaco de su padre. Desde la sala habían oído el diálogo Somoza y la hija menor de Guimarán, Perpetua. Media hora después toda Vetusta sabía el milagro. «¡El Ateo llamaba al Magistral para que le ayudara a bien morir!».

Esta pieza, de todo punto inofensiva, fué después prohibida por la Inquisición, ignorándose la causa . Otra tragicomedia, de acción regularmente extensa, representa las pretensiones del príncipe Eduardo de Inglaterra á la mano de la hija del emperador de Constantinopla, imitando el romance de Primaleón, continuación del Palmerín de Oliva.

Midiendo y pesando gestos, palabras y actitudes de Nieves, a ratos se afirmaba en que , y a ratos le parecía que no. No sabiendo a qué atenerse, abstúvose de indagar por derecho cosa alguna, y salió del saloncillo tan a obscuras como había entrado en él, pero menos intranquilo; porque viendo y oyendo a su hija, le parecía imposible que en ella cupiera misterio por el cual debiera él alarmarse.